Murieron mis palabras
perdidas en los sueños,
como lágrimas que caían
en los mares del silencio.
Oscuridad en las tinieblas
de los malditos pensamientos,
que profanaban las tumbas
ocultas de los muertos.
La viuda de negro esperaba
tras la puerta del infierno,
con una antorcha encendida
alumbrando aquel misterio.
Y diáfanas las mártires sombras
que el amor sus almas sufrieron,
ahora eternamente lloran
tras los muros de un cementerio.
La hora que nunca marca
el reloj de la vida,
es la hora de la muerte.
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