Tengo las manos clavadas
sin maderos.
Y no entiendo
que por treinta dineros
que te sobran
sacrificaras tu honor
en esa cena de fe
que te hermanaba.
Que mintieras amor
donde ilusiones
cuando tuviste el Sol
desde la cuna
y la caricia total del universo.
Hay maderos que claman
por mesura.
Hay orantes que sufren
desmesuras.
Que lloran con sangre
en las pupilas.
Que imploran a cruces
por sus cruces.
Que esperan del cuerpo cicatrices
mientras estrellan
el cuerpo en cada curva
buscando la muerte con la vida.
No hay maderos
que escuchen tanta gente
cuando la gente
no escucha sus razones.
Donde cruzan las cruces
de la guerra
en un campo de paz
pleno de olvidos.
Y allí estás
susurrando palabras al maestro
en la mesa final de aquella noche
que fue entrega mortal para los fieles
y pacto inicial de iluminados
a la hora del beso de los tiempos.
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