Tu posees la locura de mis sueños.
Yo adoro tu mirada esquiva
de cervatilla cautelosa
ante la magnitud de la vida.
Nuestros ojos hicieron el amor
en profundo silencio
como estatuas de bronce y alabastro
impávidas por sutiles caricias.
En tu rostro de porcelana
una insinuante calidez
sonrojaba tus mejillas de nácar
al contacto delicado de mis manos.
En mi regazo te pierdo
cual cisne de blancas alas
majestuosa y altiva
mi innacesible y esquiva niña.
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