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A través de los vitrales de la vida
vislumbro alboradas multicolores
y ocasos enamorados,
niños, ancianos, jóvenes que deambulan,
peregrinos con la Virgen en la espalda,
vendimias cotidianas,
y la algarabía de las fiestas.
El escenario es la ventana.
Por ella escapan murmullos y voces,
pasos, carreras, golpes, caídas,
sonidos de relojes y campanas,
alegrías y tristezas,
esperanzas y traiciones de los hombres,
juegos amorosos que se esfuman
en el aire, en el viento.
Guardan sentimientos y lágrimas
los linderos del viento diluidos
en grandes o pequeños ventanales,
conviven en vitrales emplomados,
transitan por rosetones de luz y sombras,
por puertas de aluminio que lloran
con el frío, con la lluvia;
ventanas atrancadas
por el miedo y la nostalgia;
ventanas falsas que asombran,
tragaluces melancólicos
por las voces de sus dueños,
y ventilas desgastadas
que no cierran,
o rechinan lastimeras.
Ventanales de madera
guardianes de ecos
de memorias de otros siglos,
de otra historia...
Las ventanas, laberintos de espejos
e imaginación,
cómplices de amores y querellas,
desvelos y serenatas,
son las ventanas del amor y sus afanes.
Existen otros confines del tiempo
en que las horas se
viven abatidas en sórdidos penales,
o en asilos y hospitales
plagadas de llanto y de dolor
de olvido, de muerte, de cansancio...
Los confines del tiempo se viven en
vitrales multicolores
que saludan al sol y a la luna,
se disfrutan canciones de alabanza,
olor a velas y a incienso,
sonido de campanas al aire,
preces y ritos al Supremo Hacedor.
Las fronteras multiformes
limitan tu grandeza
protegidos con rejas, candados,
chapas de triple seguridad,
adornadas las ventanas
con satines y celajes,
y cortinajes que resguardan
la intimidad
del seno familiar.
Ventanas, linderos,
confines del tiempo,
fronteras del aire,
horas que transcurren sin cesar,
haciéndonos partícipes
del festejo de la vida
del que somos protagonistas.
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