Marito, ya no soy soñadora;
ya la ilusión del jardín de mi alma,
arrancaron como arranca el viento
tronchadas pencas de orgullosa palma.
No hay ni una flor en mi jardín sombrío,
ni mis canarios cantan en la enrramada,
mi pobre corazón desierto y frío
parece una casa abandonada.
Marito, no te he contestado tus versos
que para mi han sido conmovedores,
pues bien sé que ellos encierran
la verdad de tus amores.
Hace ya mucho tiempo que a su posada
llamó un doliente huésped, ¿sabes quién es?, el hastío,
y tan sólo su alma desolada
es la que ronda mi corazón vacío.
Traigo para los surcos que cultivas
en los carmines íntimos de tu alma,
estos gajos de verdes siemprevivas,
este mirlo, esta rosa y esa palma.
Cuídalos como lámparas votivas,
así tendrán las flores de tu alma,
el verdor de esas blancas siemprevivas,
de este mirlo, esa rosa y esa palma.
Poema escrito por la señora
Esther Marcín Vda. de Maestro, (q.e.p.d.)
dedicado a su hijo: Mario Maestro Marcín,
el 6 de junio de 1963.
|