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Duerme... tranquila, de la muerte
ese deseado sueño madre mía,
en el lecho feliz que ha de ofrecerte
la loza de la tumba muda y fría.
No interrumpa mi llanto tu reposo
ni el lúgrubre recinto que te esconde,
sólo hallar pueda un eco mi sollozo
en el viento sutil que me responde.
Disfruta en tu sepulcro, del murmullo
de las hojas sin pena ni dolores,
duerme tranquila, si duerme al arrullo
de las aves, las brisas y las flores.
A tu mirada bajo selva umbrosa
se acaricia el fulgor de luna llena,
el beso perfumado de la rosa
y el aroma de cándida azucena.
No te despierte no, mi ronco acento
y no tengo ese nido de ternuras,
sólo abrigo en el alma el sufrimiento
de una vida impregnada de amargura.
Sólo puedo ofrecerte en mi embeleso,
mis cánticos, mis quejas, mis abrojos,
el poema de mi alma en un solo beso
y una lágrima ardiente de mis ojos.
Murió en mi ser la dulce bienandanza,
todo ha muerto en la existencia mía,
pues murió para siempre mi esperanza
al morir en mi alma la alegría.
Ya mi espíritu enfermo vaga errante,
en la noche sin fin de mi tristeza,
ya no arde el corazón tierno y amante,
¡que me legó tu maternal pureza!
Ya no al impulso de tu suave aliento
y tu cariño sin igual se agita,
está triste..., marchito..., descontento
en el pecho infeliz en que palpita.
Si sientes el perfumo de sus besos
con el último adiós de su mirada,
es porque viven en mi mente impresos,
tus besos y tu adiós... madre adorada.
El virgen corazón lleno de vida
que con ruegos y halagos educaste,
a quien diste calor, madre querida
y que santas creencias inculcaste.
Hoy del recuerdo ante el altar de hinojos,
sólo puedo ofrecerte en mi embeleso,
una lágrima ardiente de mis ojos
y el poema de mi alma en un sólo beso.
Poema de la señora Esther Marcín vda. de Maestro (q.e.p.d.),
que le dedicó a su señora madre
Mercedes Rivas,
con motivo de su fallecimiento.
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