En el bosque se desgranan fugas
que son cobardes murmullos:
ya es el ruido
con que rebulle el lago estremecido
que tiene su faz llena de arrugas;
ya es el golpe del ala,
que en su palpitación quiebra una hoja
y sobre el lago de cristal resbala
y en el sonoro liquido se moja;
ya es el rún-rún de insectos voladores,
que hacen chirriar el élitro vibrante,
que profanan los labios de las flores.
Y que lucen rondando sus amores,
alas de tul y ojitos de diamante,
ya es el crujido de seca rama,
ya es la caída de un pesado fruto,
ya es el trino del pájaro que clama,
árbol fatigado se derrumba,
piedra del monte que al vacío rueda,
brisa fugaz que en la mañana zumba,
como suspiro que se envuelve en seda,
y allá a lo lejos, cual arteria rota,
un manantial que cristalino fluye
a la hora que la oscuridad sube sin ruido
y se ensancha después devoradora,
como bostezo de Luz bel caído.
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