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Ahora que estoy aquí, intentando establecer qué es lo que tengo que hacer primero, si atender a mis tareas cotidianas, o a las personas que tengo medio olvidadas, o simplemente descansar, se me ocurre que, tal vez por ver lo general, me olvido de los detalles y con ello pierdo el disfrute de lo inmediato.
Y es que, establecidas nuestras metas, planificado el trabajo que tenemos que desarrollar para conseguirlas, analizados los avances que vamos haciendo y los errores que vamos cometiendo, acabamos por no tener claro si vamos hacia adelante o hacia atrás. Bien es verdad que la reflexión sobre lo que hacemos nos da una visión clara de los aciertos y de lo que no lo son, pero en el empeño en perfeccionar cada paso de nuestras vidas, dejamos de lado ese pequeño detalle que la vida en los regala: una sonrisa de un niño, un cuento de la abuela, la amabilidad de vecinas y vecinos, el bizcocho de un compañero o compañera... Ese pequeño detalle que es una auténtica lección de vida y que no necesita de planificaciones ni de objetivos. Simplemente requiere un segundo de atención e intención de valorarlo como lo que es: generosidad, algo de lo que hoy en día anda el mundo escaso.
Octubre, 2009
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