No parecia un mal negocio,aquello de vender la tristeza por kilos,bastaba meter las manos a mis bolsillos y,extraerla como algodón de azucar,que,después amasaba con recuerdos.
Incluso,en dias de fiesta,añadía unos gramos de melancolia,a quien comprara mas de las posibles necesarias.
Para navidades,mis clientes compraban una buena provisión de ellas,y era frecuente verlos ausentes,en una fila interminable,esperando,que una tristeza ajena,pudiera reemplazar las propias que,ya no les cabian en sus ojos.
Las instrucciones,muy claras,exigían mezclar las dos tristezas en una copa de vino,preferiblemente tinto.
Siempre presentí que algun dia mi negocio se iría al traste,además,estaba,la situación con los impuestos,pero nunca pude imaginar,que fuese una niña tan pequeña,y que sus tristezas gratuitas hicieran palidecer a las mias, y que,las gentes solo debian mirar el filo de su sonrisa para reemplazar sus tristezas por un aroma de camias en su pecho.
En vano traté de cultivar su tristeza en mi bolsillo como un yogur y, ni, todas mis penas en la mesa,pudieron descifrar su golpe de medusa,y, desapareció por la calle 34 dejando en el pavimento,mi prospero negocio.
Aun ahora, después de tanto tiempo,me apresuro a tapar con las manos el hueco que me quedó entre las costillas, cada vez que se aproxima,el aroma de las camias.
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