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Julio Serrano Castillejos


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Mi primer viaje a Europa - Segunda parte

En la travesía del Canal de la Mancha fue obligada mención la del tritón mexicano Damián Pizá, aunque lógicamente él no escogió el mes de enero para realizar su hazaña de cubrir a nado la distancia de la costa francesa a la inglesa, pero al ver el mar en su estado natural de aparente calma con un oleaje que inspiraba respeto comprendimos los alcances de la proeza del nadador mexicano. A Pizá lo vi entrenar en diversas ocasiones a las seis de la mañana en la helada alberca de mi Colegio Franco Español de la ciudad de México en donde fui interno y también en el lago de los viveros de peces de Las Truchas en las cercanías de Toluca, capital del Estado de México. El “ferry boat” (panga o chalán diríamos en México), tenía capacidad para muchos vehículos y para unos trescientos pasajeros. Al llegar a Calais nos dirigimos a la estación del tren y partimos hacia París. En el carro comedor conocimos a un argentino de unos 30 años de edad, nativo de Buenos Aires, presuntuoso y echador hasta las cachas, pues con un marcado dejo de petulancia nos dio ”cátedra” de bien comer y varias lecciones de cómo degustar los quesos europeos con sus respectivos vinos. El argentino de marras se creía hijo de Libertad Lamarque y Carlos Gardel, pero nosotros no lo tomamos en serio. Arribamos a París por la estación San Lázaro (Gare Saint Lazare).

Ya en la Ciudad Luz nos dirigimos a un hotel de inferior categoría si lo comparamos al escogido por nosotros en Londres, con cuarto sin baño particular, un lavamanos y sin mayores servicios. Para tomar un baño de tina era necesario hablar por teléfono a la administración y solicitarlo, señalando la hora respectiva; un empleado llenaba la bañera e iba a la habitación a avisarnos que ya podíamos utilizarla. Si la memoria no me es infiel el hotel era el San Lázaro. Por los altos precios de los hoteles parisinos no podíamos darnos el lujo de alojarnos en alguno mejor. Las viejas casonas de la capital francesa, convertidas en hoteles, no contaban con tuberías de agua y drenajes como para instalarles baño en cada habitación. Además, la mayor parte de Europa sufría las consecuencias económicas de una reciente conflagración entre naciones y ello repercutía en diversos aspectos, incluido el de las comodidades para turistas. Para ilustrar lo anterior, debo señalar cómo en diversos restoranes carecían los baños de retrete o excusado, sobre todo en las zonas campestres, en donde en una pequeña habitación se veía en un rincón un orificio en el piso de unas cinco pulgadas de diámetro y a sus costados dos huellas en sobre relieve del tamaño de los pies, para colocarse ahí en cuclillas. El usuario se sostenía de dos agarraderas aproximadamente del tamaño de un toallero cada una pero colocadas verticalmente, y si tenía suerte, le atinaba con precisión al orificio y si no debía ir a hablar con el dueño del negocio para solicitarle una cubeta con agua y limpiar con ella, de la manera mejor posible, su falta de puntería. Ya en pleno siglo XXI se ven aun los baños anteriormente descritos en diversas zonas de Europa.
Por tener relación con la descripción precedente recuerdo los urinarios públicos en forma de caracol, para hombres, ubicados en las esquinas de las principales avenidas y en especial cerca de las salidas de los cines y de los teatros. En esos lugares a los usuarios se le ve de las rodillas hacia abajo y de la mitad del pecho hacia arriba, inclusive cualquier curioso puede determinar la fuerza y color del chorro de orina y ver los gestos de su autor.
Pero conocíamos el viejo adagio “París es París” y no íbamos a dejar de divertirnos por simplezas de la vida.

Desde la ciudad de México concertamos directamente con la fábrica la compra de un automóvil francés marca Renault Dauphine, de cuatro plazas, cuatro pequeños cilindros, de mil cien centímetros cúbicos y equipado con canastilla para portar equipaje, auxiliados con suma eficiencia por una señorita de apellido Chicurel contactada por nosotros en la agencia de viajes. El vehículo de motor nos costó mil dólares y el contrato consideraba su devolución a la compañía, en cuyo caso nos descontarían una cantidad por depreciación, tasada en un mínimo de doscientos cincuenta dólares, siempre y cuando el automóvil no tuviese desperfectos mayores o maltrato notorio. Por si no vuelvo a referirme al asunto aprovecho para señalar que ya al finalizar el viaje al estar por segunda ocasión en la capital francesa un parisino nos dejó en el parabrisas del auto una nota con su teléfono, diciéndose interesado en comprarlo en la cantidad de 900 dólares, o sea, que le perdimos después de más de tres meses de uso cien dólares, que repartidos entre tres nos tocó a razón de 33.33 dólares por cabeza, al aceptar esa oferta. ¡Un regalo! ¿No? Es claro, los dólares tenían en esos días un poder adquisitivo muy superior al de la actualidad, pero aun así, la transportación nos resultó regalada a partir de nuestra salida de la fábrica con el Renault color verde claro, con placas de circulación para turistas. Por cierto para ir a recoger el automóvil viajamos en el tren metropolitano (Metro) de París.

La integración del trío con Manuel Pizarro Suárez fue la mejor garantía en beneficio del buen mantenimiento del pequeño automóvil, pues Mani –como le decíamos frecuentemente- (Edgardo a veces le decía Musmé y Septién) primero dejaba de comer que abandonar los requerimientos del fabricante respecto a cambios de aceite, máximos de velocidad antes de cumplir un mil quinientos kilómetros de recorrido y viajes al taller para ajustes diversos. Inclusive, en las ciudades y en las carreteras Manuel nos indicaba cómo comportarnos en calidad de conductores, la mejor manera de usar los diversos accesorios de la unidad y los mil y un secretos para conservar en buen estado lo que nos parecía, dado su tamaño, un valioso juguete. Por cierto, en París me pasé una luz roja por distracción y para nuestra buena suerte no pudieron detenernos a lo largo de cinco o seis cuadras los gendarmes franceses, avisándose de uno a otro con un código de pitidos, requiriendo la detención del auto infractor. Los gendarmes de crucero en París se sienten más importantes que el presidente de la República y por “quítame estas pajas” montan en cólera, manotean y con la velocidad del rayo llenan las boletas de infracción. En las carreteras, Edgardo tomaba el volante y le pedía a Manuel lo calificara con la graduación del uno al diez en cada curva; el “profesor” le daba puntuaciones de ocho a granel, varias veces de nueve y uno que otro diez. Cuando entrábamos a zona de hielo era Manuel quien sabía poner las cadenas en los neumáticos para evitar los peligrosos deslizamiento del Renault hacia las cunetas. Fue también Manuel quien proporcionó un pulpo elástico traído por él desde México en su envoltura cilíndrica original, para sostener la lona porta equipajes. Y desde los preparativos del viaje, en la capital de la República Mexicana, fue Manuel quien nos ilustró respecto a los trámites para adquirir licencia internacional de manejo de automotores.

En el parabrisas de atrás del “Renolcito” coloqué un banderín con los colores verde, blanco y rojo pero sin el escudo oficial de la bandera mexicana. En Italia, por la marca de nuestro “patas de hule” nos tomaban por franceses; y los colores del banderín, según ellos, era una deferencia a la patria de José Garibaldi y de Edmundo de Amicis. En las carreteras de Francia y de Italia cuando encontrábamos un Fiat (auto italiano de características similares al Renault) en el mismo sentido, tácitamente se establecía una competencia para arribar primero a la meta. Es claro, a los Alfa Romeo y a los Lancia no les veíamos ni el polvo.

Un medio día fuimos a conocer la Torre Eiffel (los franceses le dicen La Dama de Hierro) para ver la ciudad a la altura de 300 metros y para comer en uno de sus restoranes. Cuando nos disponíamos a escoger mesa alguien dijo mi nombre y apellidos con voz estentórea. Al girar la cabeza me encontré con Alejandro Sáenz de Miera, ex compañero mío de estudios en la Escuela Nacional Preparatoria y actual condiscípulo en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sáenz de Miera fue oponente de Tito Zamorano Zamudio en las lídes de la política preparatoriana, y aunque con Tito me une una sólida amistad derivada en hermandad afectiva e inclusive participé como miembro de su planilla en la contienda de 1954 de la “Pepa”, para integrar la sociedad de alumnos, con Alejandro Sáenz de Miera tuvimos lazos fraternales rotos por la muerte de él. Lo presenté con Edgardo y Manuel y de ahí en adelante surgió una amistad profunda entre ellos a partir de un casual encuentro en la calle Mont Tabor de París; iba acompañado de Eulogio Ávila Camacho –hijo de don Manuel, ex presidente de México-, de Héctor Madero y de un primo de éste cuyo nombre he olvidado. Alejandro era hijo del conocido periodista Antonio Sáenz de Miera, por muchos años director de la Asociación Nacional de Periodistas. Alejandro, de regular estatura (1.70 metros), de complexión robusta sin llegar a la obesidad, de carácter jovial y en suma el compañero ideal para divertirse con él sanamente en cualquier aventura turística, se nos unió más adelante para viajar a Grecia y de ello daré la debida cuenta. Eulogio Ávila Camacho señaló su deseo de comprar en Inglaterra caballos pura sangre para las competencias del Hipódromo de las Américas de la capital azteca. Manuel, Edgardo y yo comentamos: “Con el valor de uno solo de los caballos de Eulogio le podríamos dar la vuelta al mundo”. A través de un correo electrónico me hizo saber Edgardo, ya en los momentos de elaboración de estos recuerdos de juventud, que al estar Eulogio Ávila Camacho descargando de un camión unos caballos, se desprendió una pesada plancha de acero y lo golpeó en la cabeza; la lesión le provocó un severo daño cerebral, permaneció dos años en cama, siempre en estado crítico, y posteriormente falleció.

París por aquellos días tenía aproximadamente 7 millones de habitantes y estaba considerada como la sexta aglomeración humana del mundo. Capital de Francia situada en el valle del río Sena tuvo su primera explosión demográfica en la llamada isla de la Cité (en donde está la catedral de Nuestra Señora) y se expandió por tierra firme en el siglo VI. El gran desarrolló de la ciudad comenzó en el siglo XVII y sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX. El mundo parisino, dicen los estudiosos, está comprendido entre los bosques de Bologne al oeste y el de Vincennes al este. Dentro de su desarrollo urbano destacan el boulevard Saint Germain, el barrio latino con la universidad de la Sorbona de innegable prestigio internacional, la recta y larga avenida de los Campos Elíseos en donde está el Arco del Triunfo en la plaza de la Estrella y el barrio de Monmartre, en donde se ubica la catedral del Sagrado Corazón.

Son sitios singulares de París la plaza de la Victoria, la plaza Vendome, los Inválidos con la tumba de Napoleón, Saint-Honoré con la plaza de Luis XV (actual plaza de la Concordia), el Panteón de estilo neoclásico, la iglesia de La Madelón donde contrajo nupcias Napoleón Bonaparte con Josefina, el Teatro de la Opera, el museo Rodín, el museo del Louvre y el palacio de Versalles con su pequeño Trianón construido bajo los auspicios de Luis XIV que quería alejarse de París tras los incidentes de la Fronda o guerra civil de Francia durante la minoría del citado monarca. En dicho palacio se firmó el tratado de Versalles el 28 de junio de 1919 entre Alemania y los aliados para poner fin a la primera Guerra Mundial.

En la plaza de la Estrella convergen unas doce avenidas de París y por ahí transitan los automóviles con una fluidez digna de encomio, pues dado el carácter agresivo de los parisinos es sorprendente ver la forma como se entienden para pasar unos primero y otros después.

Pero, París sin vida nocturna perdería todo su encanto. Fue así como nos vimos en la necesidad de recorrer algunos sitios tradicionales de la bella Lutecia, encontrándonos con una modalidad ajena a la vida de los noctámbulos mexicanos, consistente en pagar a medio dólar cada entrada al baño a desalojar la vejiga. En el Lido de París vimos variedades de primer nivel con mujeres sensacionalmente hermosas y en desnudos artísticos de exquisito buen gusto. Recuerdo a un mago fallido (supuestamente todas las suertes las equivocaba) de cara inconfundible por su permanente ademán de “perdónenme pero metí la pata”; nos lo encontramos en Cannes, en Niza, en Atenas y en otras ciudades. Pero la catedral del desabillé era sin temor a equivocarme el “Crazy Horse” con mujeres de carnes voluptuosas y especializadas en quitarse la ropa con música cadenciosa de mil y una distintas maneras. Las había originarias de diversos países del mundo, destacando las europeas por su sensualidad. Ahí, el juego de luces, la música de jazz, la ropa de los meseros (vestían como los caballeros del oeste americano de principios del siglo XX, con sombrero carrete, corbata de moño, pantalón negro y saco a cuadros en rojo), lograban un inigualable ambiente bohemio. Con una boa o estola de color rojo y un sombrero de copa negro, sobre un fondo oscuro dos actores vestidos de negro (invisibles para el público), movían dichos adminículos para dar la ilusión de una pareja en pleno coloquio amoroso; el diálogo era: ¡Oh! Marsha, Marsha, Marsha; ¡Oh, Jhon, Jhon, Jhon. Las fuertes sacudidas de la estola y los giros del sombrero de copa por el escenario eran tan elocuentes como para decirlo todo sin decir nada. Creo fuimos unas cuatro o cinco veces y siempre encontrábamos alguna novedad. También asistimos al famoso Follies a ver variedades muy al estilo del teatro mexicano del mismo nombre, pero más finas. Pero eran épocas aquellas de teatro parisino sin procacidad, en donde estaba muy lejos de aparecer el sexo explícito y las escenas de mal gusto, ahora tan comunes.

Les hablé a Manuel y a Edgardo de un amigo mío becario de la Sorbona y radicado en París hacía un año, Porfirio Muñoz Ledo, elocuente orador campeón de uno de esos concursos internacionales organizados por Guillermo Tardif en el periódico El Universal de la ciudad de México; de muy desarrolladas dotes políticas a partir de su paso por las aulas universitarias y muy amigo de Servio Tulio Acuña, quien lo llevó a mi casa en ocasiones de fiestas familiares y también para “trabajarnos un pomián” –decía Servio- de la bodega particular de mi señor padre en deliciosas veladas amenizadas con las interpretaciones pianísticas del “Cachetón de Oro”, Servio Tulio, como “El vuelo del moscardón”, amén de la erudición de Muñoz Ledo, proclive a disertar sobre política y fenómenos sociales y con conocimientos suficientes para dictar una amena charla sobre cualquier tópico de actualidad. Llegamos en aquella ocasión de nuestro paso por París a la Casa de México a preguntar por Porfirio pero nos dijeron que vivía en un hotel del barrio Latino, en donde por cierto lo encontramos sin mayor dificultad.

Porfirio fue nuestro cicerone en París. La noche anterior a nuestra salida hacía el sur de Francia mientras Manuel y Edgardo dormían plácidamente en el hotel platicamos Porfirio y yo largo y tendido en un restaurante especializado en la sopa de cebolla al estilo parisino. “Este lugar equivale –me dijo mi culto amigo- a los caldos de Indianilla de la ciudad de México, pero con su toque francés”. ¿Sin proponérmelo “cultivé” a Porfirio al manifestarle en dos o tres ocasiones que estaba destinado a arribar algún día a la presidencia de la República? En aquellos días fui sincero, pero posteriormente comprobé una verdad de 21 quilates: Porfirio no supo conservar a sus amigos, pero sí a sus intereses personales. Respecto a lo anterior me permitiré relatar la siguiente anécdota:

Cuando mi amigo –ya fallecido- Servio Tulio Acuña fue nombrado secretario particular del licenciado Rafael Hernández Ochoa, Secretario del Trabajo y Previsión Social, lo felicité calurosamente y de vez en cuando pasaba a su privado a reiterarle mi satisfacción por el acontecimiento, pero una tarde me dijo Servio: -“Julio, traigo el santo de espaldas, fíjate que mandan a Veracruz a mi jefe como candidato del PRI al gobierno del Estado, y como tú sabes, yo no soy veracruzano”; es decir, Servio no estaba en los proyectos de Hernández Ochoa, pues en cumplimiento a una de las reglas no escritas de la política nacional los gobernadores llevan a colaboradores originarios de su provincia. Entendí la desilusión de Servio, pero al día siguiente leí en la prensa que el presidente nombraba en lugar de Hernández Ochoa a Porfirio Muñoz Ledo, entonces corrí a entrevistar al Cachetón de Oro y le dije: -“Qué suerte tienes, sale un amigo tuyo del Trabajo y Previsión Social y entra en su lugar otro amigo mejor”, pensando en la posibilidad de ver a Servio arribar a la oficialía mayor o a la subsecretaría de la aludida dependencia del Ejecutivo Federal, pero Porfirio ignoró las dotes políticas y el talento de Servio Tulio al pedirle entregara la oficina de la secretaría particular y ni siquiera le ofreció ayuda a fin de ubicarlo en otra área de la administración pública. De manera contraria a lo esperado, tampoco le ofreció Porfirio alguna expectativa dentro de la Secretaría a su cargo.

Porfirio Muñoz Ledo acostumbrado a escuchar elogios alrededor de su persona desde su paso por las aulas del Centro Universitario México en donde salía airoso de los concursos de oratoria y en otras competencias escolares (menos en declamación pues Virgilio Anduiza Valdelamar siempre le arrebató el primer lugar), creció a la sombra del doctor Ignacio Morones Prieto y desde muy joven ocupó la secretaría general del Instituto Mexicano del Seguro Social, la subsecretaría de la Presidencia y otras importantes funciones públicas. Desarrolló una especie de complejo de estrella reluciente e inaccesible del firmamento político nacional y se le empezó a subir más a la cabeza cuando arribó a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRI. Al verse desplazado de los primeros planos de la vida política nacional hizo equipo de golpeteo con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano e integró la “corriente democratizadora” del Revolucionario Institucional con miras a hacer realidad su sueño de ser presidente de la República. Lo demás ya lo saben todos: Cuauhtémoc y Porfirio se salieron del PRI, formaron el Partido de la Revolución Democrática y en contra de todos los pronósticos no fue Porfirio el llamado a ser líder nato del nuevo instituto político, subiéndosele a las barbas –tal vez sin proponérselo- el hijo de Tata Lázaro quien no obstante tener un talento inferior al de su compañero de aventuras políticas, a la gente le gustó para caudillo del PRD y ahí sigue, hasta el momento de escribirse el presente capítulo. La ambición de Porfirio lo orilló a abandonar el PRD, en donde también ocupó la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional y acto seguido se inscribe como militante en el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, ¡ah!, en calidad de candidato a la presidencia, aunque posteriormente renuncia a dicha candidatura y ya en el año 2001 lo comisiona el presidente Vicente Fox Quesada como embajador en uno de los países bajos de Europa, para sacudirse al problemático Porfirio. Los comentaristas le han adjudicado el poco honroso título de “saltimbanqui de la política”.

Es obligatoria la mención de una anécdota cuyas florituras consecuenciales no tienen desperdicio alguno, no obstante se aparten de la época que estoy relatando.

Sucede que ya a fines del siglo XX en un programa de televisión a Porfirio Muñoz Ledo se le ocurre bajo los efectos etílicos –a los cuales es muy afecto según testimonios que él mismo ha dejado en los medios electrónicos con imprudente constancia- mencionar a José Patrocino González Garrido con un juego de palabras de muy mal gusto relativo al segundo nombre del talentoso y culto político chiapaneco. Patrocinio, ya para entonces ex gobernador de Chiapas, al considerarse agredido, al día siguiente le publica un desplegado a Porfirio en los periódicos de mayor circulación nacional, aludiendo a él como sedicente profesional, pues Muñoz Ledo nunca se tituló como jurisperito y en tal razón -dijo Patrocinio- no llamarle licenciado “para no adjudicarle un apodo”. Lo nombra en esas planas nacionales como “Popillo” para recordarle que ese era su sobre nombre entre el estudiantado, con el cual se ponían en evidencia cuestiones de la más conspicua reputación de un varón. Honestamente, creo que Porfirio además de ser un hombre de especial sabiduría es víctima de difamaciones pues enemigos le sobran, pero como puede verse en el incidente relatado, él se los ha ganado a pulso, además de su ya proverbial egolatría. El marcado personalismo de Porfirio Muñoz Ledo le ha granjeado muchas enemistades en el medio político y ello lo indujo a escribir un libro titulado \\\\"La ruptura que viene\\\\" en donde pretende demostrar que no es un tránsfuga de los diversos partidos políticos donde ha militado, sino más bien un sujeto que desea actualizar la reforma del estado Mexicano.

Antes de pasar a otras cuestiones aquí me pregunto. ¿Cómo el panegirista pricipal de los crímenes de Gustavo Diaz Ordáz cometidos el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de la ciudad de México, pretende lavar su manchada honra con un libro autobiográfico? Seguramente cree Porfirio que hemos olvidado los discursos laudatorios que pronunció a favor del citado presidente mexicano y la retórica retorcida, cínica y audaz de sus alegatos pretendiendo justificar el genocidio próximo anterior a la realizaciòn de los Juegos Olìmpicos Mexicanos. El escritor Carlos Ramírez en diversos periódicos, incluido El Financiero, ha dado amplia cuenta de las tropelías discursivas de Muñoz Ledo, ahora sedicente hombre de izquierda cuando todos sabemos que apoyó abiertamente a la política represiva de un gobierno que más parecía de derecha que de cualquier otra filiación.

Abandono este asunto anecdótico para continuar con mi periplo europeo en donde viví experiencias dignas de ser relatadas.

El recorrido en el museo del Louvre nos dejó satisfechos pero también extenuados. Con cuánta razón los expertos lo consideran uno de los más importantes y grandes del mundo. A la entrada rentamos unos auriculares con su respectivo sintonizador para escoger entre varios idiomas el de nuestra conveniencia y de esa manera recibimos información oficial al pasar de una sala a otra, especialmente en las dedicadas a las culturas egipcias, asirias, etruscas, romanas y griegas. La sección de antigüedades asiáticas contiene los objetos procedentes de las excavaciones de Asur, Nínive, Khorsabad y Lagash. Recuerdo con precisión, una estatua en bronce de unos ochenta centímetros de altura del dios Mercurio; la Venus de Milo encontrada en la isla griega del mismo nombre en el año de 1820 y la Victoria de Samotracia, colocada en el descanso de una escalinata en forma de “Y”.

Una noche salíamos de un teatro de París y descubrimos en la calle una copiosa nevada. De momento gozamos la parte estética del asunto y la belleza del paisaje, pero en días posteriores, y sobre todo en Suiza, tuvimos nieve hasta decir ¡basta!

Los tres amigos nos pasábamos horas en los cafés al aire libre del paseo por antonomasia parisino: los Campos Elíseos, para ver pasar a la gente y además para preparar con el libro de mapas de Manuel –adquirido por él desde México- otras etapas de nuestro recorrido, con las descripciones de carreteras, kilometrajes y tiempos aproximados. Años antes París se me antojaba una meta inalcanzable, y sin embargo ahí estaba con mis dos amigos, siempre con traje al estilo inglés, corbata y mi inseparable abrigo. Manuel y Edgardo vestían de la misma manera.

Como sana regla para estar igualados en todo, desde México nos equipamos con la misma cantidad de ropa y hasta del mismo tipo. Cada uno con tres trajes de casimir, dos juegos de ropa interior larga y de lana, cuatro juegos de ropa interior corta de algodón, seis pares de calcetines de lana, dos camisas de franela, tres corbatas, la chamarra de cuero ya descrita en páginas anteriores, guantes de piel, bufanda, dos juegos de zapatos, chaleco y dos suéteres. Por cierto, Edgardo se encariñó con su suéter de color gris y no obstante los huecos de las mangas en la sección de los codos, lo usaba como prenda favorita. “Mira nada más - comentaba Manuel Pizarro- quién iba a decir que el hijo del gran tribuno y ex secretario de Relaciones Exteriores, Ezequiel Padilla, anda recorriendo media Europa con un suéter raído”. Edgardo era el primero en festejar con francas risotadas la cuchufleta de Manuel. El espíritu democrático de los tres nos obligó a iniciar el viaje con la misma cantidad de dinero, y por cierto, ya en la práctica nos pareció muy benéfica la determinación, para no gozar de ventajas uno respecto a los otros. Por las noches, parecíamos “comadres de lavadero” pues mientras comentábamos los incidentes del día restregábamos nuestra ropa en el lavamanos del baño. Manuel y yo perfeccionamos una depurada técnica para guardar la ropa ordenadamente en nuestras respectivas maletas, mientras Edgardo devoraba libro tras libro tirado en la cama. Eso sí, ya para salir de los hoteles era Edgardo el primero en tener cerrado su equipaje, pero por favor, no me pregunten el estado deplorable en que salían las prendas en la siguiente etapa del viaje.

En la noche anterior a nuestra salida hacia Chartres se me antojó ir a buscar a Porfirio Muñoz Ledo para una velada de despedida. Edgardo y Manuel juiciosamente decidieron quedarse en el hotel para iniciar a la mañana siguiente el viaje, descansados. La charla de Porfirio y las copas de un exquisito vino tinto me hicieron olvidar el paso de las horas. Por cierto, fue Porfirio quien nos señaló los lugares para comer a buen precio; recuerdo el restoran “La Torre de Plata”, en donde nos aficionamos al paté (de hígado de pato), a los buenos quesos franceses y a un delicioso postre llamado tarta Mirabel. Al llegar al hotel a las siete de la mañana mis dos compañeros de aventuras estaban listos para partir. Inclusive, ya tenían preparada mi maleta con una técnica mixta, pues habían guardado mis cosas entre ellos dos.

El camino de París a Chartres se me hizo muy pesado por la “resaca” de la noche anterior y una profusa nevada. En dicha ocasión sólo manejaron Manuel y Edgardo, mientras yo iba atrás tratando de reponer el sueño perdido. Ya en Chartres visitamos su famosa catedral en donde tuviese su asiento la escuela filosófica y teológica medieval, fundada por Fulberto de Chartres en el siglo X. La orientación de esta Escuela, que no tenía unidad de doctrina, era idealista y racionalista, y a decir de los conocedores, mostraba notable interés por las ciencias naturales. Además, aceptaba la teoría de las formas: Dios es la Forma Pura constitutiva de los demás seres, pero sin identificarse con ellos.

La ciudad de Chartres es la capital del departamento llamado de Eure y Loire y de los dos cantones del mismo nombre. Cuenta con importantes monumentos artísticos, románicos y renacentistas. Su catedral, una de las obras más importantes del arte gótico, substituyó a un templo románico incendiado en 1194, construido en su tiempo en un lugar sagrado pagano. La construcción de la catedral se terminó en 1260, de donde se deduce su importancia intrínseca, además de sus valores estéticos. Se caracteriza por una impresionante unidad de estilo. La nave central de 130 metros de longitud y 37 de altura, comprende tres pisos en alzado: las grandes arcadas, triforio y ventanales altos. Todas las naves, el transepto y el deambulatorio tienen bóvedas góticas. Las vidrieras constituyen el más hermoso testimonio del arte de la Edad Media, destacando sus colores rojo rubí y azul ultramar, que tiñen con una mágica luz el espacio interior del templo. No obstante el gris y frío día disfrutamos en todo su esplendor el arte y la arquitectura de la fastuosa catedral, y en especial la fachada oeste, llamada Portal Royal, en donde se aprecia un conjunto escultórico realizado entre 1145 y 1155 (diez años de trabajos), considerado uno de los más hermosos del arte medieval. A los visitantes les piden los guías pongan especial atención en las figuras alargadas, realizadas así para adaptarlas a las dimensiones de las formas arquitectónicas. La catedral de Chartres sirvió de modelo a numerosos templos edificados a lo largo y a lo ancho de Francia durante la segunda mitad del siglo XII.

A la antes mencionada ciudad francesa llegamos especialmente para conocer su catedral y por tal razón me permití escribir una descripción congruente con el interés de nuestra visita a tan importante obra de arte. Como es de suponerse, las ilustraciones del guía formaron parte de mis notas y con ellas elaboré una carta para comentarle a mi padre todas mis impresiones y enterarlo, de paso, alrededor de los intereses culturales de los tres bisoños viajeros.

Nuestro viaje hacia el sur de Francia lo continuamos con la mira puesta en Carcasona (Carcassonne en francés) y para ello atravesamos una gran parte del macizo central de dicha nación europea entre bellos paisajes invernales. Al arribar a la referida ciudad, capital del departamento de Aude, nos alojamos en un pequeño pero cómodo hotel en dos habitaciones con baño privado cada una, las únicas disponibles por el momento. Echamos a la suerte cómo nos íbamos a acomodar en las dos únicas camas disponibles, de tamaño poco más grande que el llamado matrimonial. A Edgardo le correspondió un cuarto con su cama y baño para el solo y la otra habitación, en las mismas condiciones, fue para Manuel y para mí. Ya un poco tocado por la parranda parisina de mi última noche en París y un poco por las fuertes nevadas del viaje carretero, en la noche sentí el típico malestar de la fiebre y a resultas de la misma deliré y sufrí una horrenda pesadilla, con Manuel al lado. Soñé a un monstruo de cabeza enorme, descomunal estatura y boca desdentada tratando de tomarme por un brazo para sacarme de la habitación. En mi inconsciencia creí estar viviendo de verdad tan tremenda situación y dormido empecé a gritar para obtener el auxilio de alguien. Manuel asustado por mis expresiones de angustia me empezó a sacudir tomándome de un brazo, para hacerme reaccionar. Como lo sabe cualquiera, en las pesadillas la víctima confunde la realidad con la ficción, y de tal suerte, creí que el jalón de Manuel era el de la mano del monstruo para sacarme de la habitación y conducirme a los siete círculos del infierno del Dante. En una especie de estado de sonambulismo le tiré a Manuel un recto a la quijada y al abrir los ojos vi cómo me sacudía del brazo al momento de increparme: ¡Julio, despierta! ¿Que te sucede? ¿Te estás volviendo loco?

Al día siguiente al ver mis amigos mi imposibilidad de acompañarlos se fueron a conocer las instalaciones de la ciudad medieval, pareciéndoles muy importantes el castillo del siglo XII, la antigua catedral de San Nazario, la de San Miguel del siglo XIII y la iglesia de San Vicente del siglo XIV. También se sorprendieron por la buena conservación de la muralla que rodea la ciudad antigua.

Al liquidar la cuenta del hotel nos preguntó su dueño y administrador si sufríamos de alguna enfermedad de la piel, para en su caso mandar a desinfectar el colchón, las sábanas, las fundas y las almohadas. Al interrogarlo respecto al motivo de su pregunta, nos dijo: “Todos los días escuché funcionar las regaderas de ambas habitaciones y con estos fríos sólo a un enfermo se le ocurre tomar una ducha”. Le explicamos nuestro lugar de origen y reconocimos sufrir de una enfermedad, llamada en México ¡limpieza! Ciertamente, en Europa no era muy común el baño diario como resultado de ancestrales costumbres y por la ausencia de instalaciones adecuadas. Por aquellos días platicaban que en España se veía un anuncio del siguiente tenor: “Use MUM y evítese las molestias del baño”. En 1999 al conocer diversas regiones de España nunca vi el mentado anuncio, pero en mi periplo de hace cuatro décadas me percaté de la falta de aseo diario en algunas personas. Ya comentaré algo al respecto en la parte dedicada a Roma.

Tomamos rumbo a Marsella el importante puerto francés situado en la costa del Mediterráneo en una amplia bahía. Es la capital de Provence y en la Segunda Guerra Mundial sufrió mucha devastación. Tiene una bonita zona residencial pero llama más la atención su desarrollo industrial y comercial. Como salida natural del sur de Francia y entrada de mercaderías es sitio estratégico, y de ahí, el fuerte castigo recibido en la aludida conflagración mundial. ( Por razones técnicas continúa en la Tercera Parte ).






















Julio Serrano Castillejos

Copyright © Todos los derechos reservados.

Publicado el: 16-09-2005
Última modificación: 25-03-2013


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