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Julio Serrano Castillejos


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Continuación de Mis orígenes

Mi madre fue la segunda de los cinco hijos de mis abuelos. Su proverbial belleza empezó a cobrar fama desde que estudió en la Escuela Tipo del Estado, de la cual fue reina. La recuerdo en una fotografía de pasaporte en compañía de su papá. Tenía entonces ella unos 14 años y su perfil era sencillamente perfecto, al igual que su óvalo de cara, sus ojos y sus proporciones corporales, pues aunque no era alta, pudo haber posado para cualquier escultor para modelar a Venus. Lo más bello de mi madre era su espíritu jovial, su exquisito don de gentes y el verde esmeralda de sus ojos. Reía con suma facilidad y festejaba las gracias de los demás ruidosamente, pero sin perder su dulzura y las buenas maneras. La tengo en mente en nuestra casa de las calles de San Luis Potosí de la ciudad de México, cantando Perfidia mientras arreglaba la colcha azul de gusanos de algodón de su cama. La gente siempre la quiso mucho. Entre sus principales amigas vale mencionar a “La Güera” Edilia Montero y a su hermana Eugenia, y por supuesto a Canda Morell Ramos, hermana de mi suegra, doña América de los mismos apellidos. Mi linda madre nunca pudo asimilar del todo la pena de su divorcio y la separación temporal de sus seis hijos, pues mi padre dispuso enviarnos a vivir a Tuxtla con su mamá, doña Gabriela Castro Vda. De Serrano y su prima Dolores Farrera Serrano, quienes cuidaron de nosotros con esmero y cariño.


De mi tío Mario Castillejos guardo uno de los recuerdos más imperecederos de mi infancia, pues me llevó a una zapatería de Tacubaya para regalarme mis primeros zapatos formales de fútbol. Con aquellos zapatos y una camiseta del Atlante me sentía Horacio Casarín, el centro delantero más destacado de aquellos días. Mi aludido tío era de muy buen tipo y lo sigue siendo. Magnífico bailador, simpático, de atrayente personalidad y como se dice coloquialmente “siempre alineado por la derecha”, pues nunca lo verán mal vestido ni desaliñado. En la época en que se abrieron los Kikos de la ciudad de México, o sea, la versión mexicana de las neverías de los Estados Unidos, mi tío Mario era un joven de unos 21 años y deleitaba a su grupo de amigos bailando magistralmente el “swing” e imitando a Germán Valdés “Tin-Tán”, pues cantaba con muy buena voz el “tiri-li-tun-dá-tun-dá” que le diera fama en los teatros primeros y posteriormente en el cine, al pachuco del sombrero con una larga pluma y los pantalones bombachos con llavero engarzado de una larga cadena. Con mi abuela era sumamente lisonjero y así se le veía decirle mientras la abrazaba cariñosamente: -“¿Quién es la mujer más linda del mundo?” Mi abuela le respondía en esas ocasiones: -“Déjate de zalamerías y dime cuanto dinero quieres”. Mi ti Mario rompía el cariñoso abrazo y se alejaba de mi abuela diciéndole: - Si así lo quieres. ¡No me des! ¡No me des!


Trabajó una temporada mi tío Mario en el Instituto Mexicano del Seguro Social pero posiblemente intuyó que él no estaba mentalmente preparado para soportar una larga y penosa carrera burocrática en donde los ascensos vienen más por el apoyo de padrinos que por méritos personales, y fue así como viajó con un amigo hacia los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. Las cosas no salieron como ellos las esperaban y debieron regresar al solar patrio pero el dinero le alcanzó a mi tío Mario nada más para llegar hasta Monterrey, en donde conoció a una bella norteña de nombre Mely Valle y con ella se casó por lo civil y por la iglesia. Ya encarrilado en Monterrey conoció a don Eugenio Garza Sada, prominente hombre de empresas, ocupando importantes cargos administrativos como el de Gerente de la Cervecería Cuauthémoc y después administró una inmobiliaria, hasta jubilarse. Conjuntamente, se abrió pasó en el medio futbolístico de Monterrey. Fue mi ti Mario a contratar piernas a Sudamérica y entre otros destacados jugadores se trajo al país a Claudio Lustanot, futbolista peruano.

Julio César además de un cercano y querido tío mío fue también un hermano. Estudió arquitectura en el Instituto Politécnico Nacional y desde muy pequeño acusó una sorprendente habilidad para ejecutar instrumentos musicales de viento. En Cuernavaca un día faltó un solista de la Orquesta Municipal y al ver mi tío que el director se paseaba en el kiosco golpeando nerviosamente la batuta en la palma de su mano izquierda, se acercó y le propuso substituir al ausente. El director se le quedó viendo y le dijo: -“Pero si apenas eres un niño de pantalón corto ¿cómo piensas vas a poder ejecutar el instrumento?”. Mi tío tomó la flauta, le dio una prueba de sus habilidades al director y como ejecutó una a una las piezas del programa, se quedó como titular a la edad de 12 años.

Mi “compa” Julio César heredó de su mamá las habilidades histriónicas y de habérselo propuesto hubiese realizado una destacada carrera en los escenarios, pues además de ejecutar instrumentos musicales –facilidad que también le pertenecía a su padre-, cantaba con buena entonación y era un imitador nato. En las fiestas contaba chistes y declamaba una parodia del “Brindis del bohemio” con tal comicidad que la gente reía hasta salir corriendo para ir al baño y evitar un accidente urinario.

Cuando mi abuelita María recordaba los días anteriores a la boda de mi tío Julio César con Graciela Ríos Zertuche, decía: -“El día que me fueron a pedir la mano de Julio César”, y es que en efecto, la mamá de Graciela se apersonó en la casa de mis abuelos para convencerlos de la conveniencia de casar a mi tío con su citada hija. A Graciela la criticaron porque en la fiesta de su boda bailó mambo, el nuevo ritmo cuya plataforma de lanzamiento fue México para darlo a conocer en todo el mundo, junto con su creador Dámaso Pérez Prado, el músico cubano “cara de foca”. Así era de delicada la sociedad mexicana de fines del primer medio siglo, próximo anterior. Muchos años después de su divorcio y con posterioridad a un largo noviazgo con “La Chata” Adela García Contreras”, se casó con ella. Mi tío Julio César y La Chata” vivieron en Guadalajara bellos años de unión marital y cuando los temblores de septiembre del año 1985 sacudieron y devastaron parte de la ciudad de México, él viajó de la capital de Jalisco a la de la República, para buscar a su esposa que se encontraba en este lugar, pues por vía telefónica le fue imposible localizarla. Partieron rumbo a Acapulco para alejarse del escenario dramático provocado por los temblores, pero hicieron un alto en Cuernavaca para visitar a Bertha Alicia, hija de La Chata, y a su esposo Ignacio Burgoa, hijo del insigne jurisconsulto. En dicha ciudad morelense sufrió un infarto mi tío Julio César falleciendo el día 21 de septiembre de 1985, en la misma fecha y por la misma enfermedad que mi papá pero tres años antes.
En otro capítulo relataré la participación de mi tío Julio César en mi boda con Isabel Castañón Morell.

Por vía materna mis primos hermanos fueron: Ana María, Alfonso y José Luis (q.e.p.d.) Chanona Castillejos, hijos de mi tía Ana María; María Martha, María Alejandra, María Eugenia, Mario y Adrián Castillejos Valle, hijos de mi tío Mario; y, Sonia y Julio César (q.e.p.d.) Castillejos Ríos Zertuche, hijos de mi tío Julio César.

De la dinastía Castillejos Madariaga sólo vive mi tío Mario con el que me carteo por Internet con mucha frecuencia y gracias al cual pude mencionar importantes datos de la vida de mis abuelos maternos, sepultados ambos en el Panteón Español de San Joaquín en la capital de la República. Es mi tío Mario todo un personaje en la ciudad de Monterrey en donde se ha sabido ganar el aprecio y el respeto de una sociedad, que a decir de algunos es sumamente difícil, pues no le abren sus puertas a cualquiera. Recuerdo cómo él y yo en el año de 1950 limpiábamos el rostro del cuerpo yacente de mi querido abuelo Nacho, en una funeraria de la Avenida Hidalgo en el Distrito Federal, pues como murió por un problema cardiaco le salía sangre por la nariz. Cuando falleció mi abuelita María, a la que condujo mi tía Ana María en una ambulancia desde San Andrés Tuxtla con sus pequeños hijos para sepultarla en la ciudad capital, con tío Mario nos fuimos a ver a Carlos Serrano Pinot para que nos expidiese el certificado de defunción. Son muchos recuerdos, algunos tristes y otros muy edificantes, los que me unen en el afecto con este respetable tío mío, don Mario Castillejos Madariaga, un hombre sensible a las emociones en razón a su bondadoso corazón. Cuando asistió a la boda de mi hija María Isabel y de mi yerno Antonio Villaseñor a la ciudad de Tuxtla, en el mes de abril de 2003, lo vi derramar lágrimas cuantas veces estuvo cerca de algún sitio que le recordaba a sus padres, a sus hermanos o a su ya lejana infancia. Tenemos mucho en común, pues además de nuestra inclinación al fútbol y nuestro sentimentalismo, muy propio de la familia Castillejos, ambos sufrimos de una pertinaz ronquera y somos canosos desde muy jóvenes.



Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 26-11-2017
Última modificación: 29-11-2017


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