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Julio Serrano Castillejos


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Homenaje a Jaime Sabines

Palabras del poeta Julio Serrano Castillejos pronunciadas el día 20 de marzo de 2009 en el Centro Cultural "Jaime Sabines" de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Hablar del poeta mayor de Chiapas para añadir algún elogio a su obra se antoja ocioso e innecesario, pues todo lo que se pueda decir de Jaime Sabines lo ha dicho él mismo con sus propias letras y la popularidad internacional que las mismas han cobrado en innumerables ediciones en más de 15 idiomas.
Como observador y oficiante de obras poéticas, se me ocurre intentar un breve análisis de las causas o motivos de los éxitos obtenidos por la poesía de Sabines, pues el bardo originario de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, viene a representar un fenómeno en la poesía del siglo XX, si por tal entendemos lo que se antoja a los sentidos literarios y a los diversos gustos estéticos como un hecho que supera a la imaginación y a las posibilidades plásticas más apetecibles.

En sus inicios Sabines se abre paso con modos propios, lo cual me parece plausible en una época en que señoreaban los lirismos de Federico García Lorca con su "Casada infiel", o las delicias nacionalistas de Ramón López Velarde en “Suave Patria”, y ya no se diga aquellas cumbres de la retórica de Pablo Neruda en Farewell y su poema XV: “...me gustas cuando callas porque estás como ausente”.

A mediados del siglo XX, que es el del arranque de nuestro Poeta Mayor, las líneas clásicas eran un imperativo categórico de una poesía más o menos aceptable. Los sonetos con sus consabidas reglas, tan rígidas como una suela de zapato de cartero. Los versos alejandrinos con sus dos hemistiquios de siete sílabas cada uno, las décimas, los versos pareados, y en general los poemas de arte mayor o menor, debían sujetarse a cánones ineludibles.
Jaime Sabines estudia dichas circunstancias, las analiza y declara en una entrevista: “A los doce años me aprendí todo un libro ‘El declamador sin maestro’, para dejar constancia que era un enamorado de las formas poéticas de los más conspicuos autores. “Me acuerdo que era el caballito de batalla de la escuela pues declamaba en cuanta fiesta cívica se celebraba. Iba a fiestas particulares con mi novia y algún idiota decía: ¡Que declame Sabines..! Y me daba un coraje tremendo. “Recuerdo una anécdota de una vez que me agarraron en curva, en el entierro del capitán Martínez, al que yo quise mucho porque había sido mi jefe a los 14 años. Juan, mi hermano, me pidió que fuera a darle el pésame a la familia en México. En el velorio me acerqué a la viuda, doña Linda, para darle mis condolencias y me jaló en el carro rumbo al panteón. A alguien se le ocurrió decir: ′′Tenemos entre nosotros al joven Jaime Sabines, un gran poeta que dirá unas palabras al capitán Martínez". ′′¡Hijo de su madre!", pensé yo. Fue una situación muy molesta, pero no tuve más remedio que echar un rollo tremendo. Después de esa ocasión decidí no participar nunca más en una reunión con chiapanecos, porque me presionaban para que declamara. Ahí empecé a odiar de verdad la declamación y el aspecto público de la poesía”.

Sabines admitió en cierta ocasión que en sus principios era un copista: “me daba cuenta que copiaba. Seis meses de puro escribir como Neruda, estos otro seis, puro escribir como Alberti, estos otros como García Lorca y estos otros como Juan Ramón". Señaló que después de haber abandonado sus estudios de medicina en el tercer año de los mismos, al ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras en el año de 1949 se puso a escribir como Jaime Sabines.

Ya sabemos los seguidores de nuestro ilustre personaje que fue Horal su primer gran éxito.

Lento, amargo animal
que soy, que he sido,
amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
que en la primera generación del hombre pedía a Dios.

Amargo como esos minerales amargos
que en las noches de exacta soledad
-maldita y arruinada soledad
sin uno mismo-
trepan a la garganta
y, costras de silencio,
asfixian, matan, resucitan.

Amargo como esa voz amarga
prenatal, presubstancial, que dijo
nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
que murió nuestra muerte,
y que en todo momento descubrimos.

Amargo desde dentro
desde lo que no soy
-mi piel como mi lengua-
desde el primer viviente,
anuncio y profecía.

Lento desde hace siglos,
remoto -nada hay detrás-,
lejano, lejos, desconocido.

Lento, amargo animal
que soy, que he sido

La anterior genialidad de Sabines carece de métrica igualitaria, así mismo de rimas ya sean consonantes o asonantes. La primera estrofa inicia con una línea de seis sílabas acentuada en la última, y luego la segunda línea es penta silábica, y he aquí el recurso poético que le da una calidad enorme al asunto, pues la tercera línea es un alejandrino perfecto con sus dos hemistiquios bien definidos y luego remata con un verso de 16 sílabas.

A manera de que me entiendan ustedes, es como si combinásemos la música popular con la clásica para obtener así un resultado del todo armónico y además comprensible para cualquiera.

El poeta chiapaneco no quiere valerse de los recursos que le dan generalmente ritmo a la poesía e inventa los propios. Inclusive, en su serie dedicada a su padre en “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines” nos regala el Soneto que a continuación me permitiré leerles, pero deliberadamente se aparta de la métrica perfecta, y no obstante, la musicalidad no se pierde y mucho menos el sentido retórico y filosófico de los 14 versos, integrados –como es de suponerse- en dos cuartetos y en dos tercetos :

Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.

Morir es olvidar, ser olvidado,
refugiarse desnudo en el discreto
calor de Dios, y en su cerrado
puño, crecer igual que un feto.

Morir es encenderse bocabajo
hacia el humo y el hueso y la caliza
y hacerse tierra y tierra con trabajo.

Apagarse es morir, lento y aprisa
tomar la eternidad como a destajo
y repartir el alma en la ceniza.

Definir a la muerte ha sido una constante en la poesía de todos los tiempos y nuestro poeta lo logra con profundidad, sin manierismos y de forma tan convincente que hasta dan ganas de morirse nada más para actualizar ese monumento del bien decir que les acabo de leer.

La naturalidad en la obra de Sabines lo lleva a crear con las palabras más sencillas del idioma español toda una gama de cordilleras retóricas. Veamos como ejemplo cinco estrofas de un mismo poema..

Cuando estuve en el mar era marino
este dolor sin prisas.
Dame ahora tu boca:
me la quiero comer con tu sonrisa.

Cuando estuve en el cielo era celeste
este dolor urgente.
Dame ahora tu alma:
quiero clavarle el diente.

No me des nada, amor, no me des nada:
yo te tomo en el viento,
te tomo del arroyo de la sombra,
del giro de la luz y del silencio,

de la piel de las cosas
y de la sangre con que subo al tiempo.
Tú eres un surtidor aunque no quieras
y yo soy el sediento.

No me hables, si quieres, no me toques,
no me conozcas más, yo ya no existo.
Yo soy sólo la vida que te acosa
y tú eres la muerte que resisto.

La rima no guarda simetría y además está concebida en asonancias y hecha excepción de la cuarta estrofa que inicia con una línea heptasílaba, las restantes empiezan con un verso endecasílabo, o sea, de once sílabas. Aunque hacen mayoría las líneas de once sílabas, las hay también de siete y hasta de seis. El cierre es magistral: “Yo soy solo la vida que te acosa y tú eres la muerte que resisto”.

Ilustrar esta plática que por razones naturales debe ser breve, con los poemas de Jaime Sabines nos llevaría a escribir un texto imposible de ser leído en esta ocasión. Pero si tomamos piezas sueltas de ese grato mundo literario que es la obra de nuestro ilustre paisano, podemos deleitarnos en cápsulas, como a continuación se verá.

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.

La cojita está embarazada
ahorita está en su balcón
y yo creo que se alegra
cantándose una canción:
«cojita del pie derecho
y también del corazón».


Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.


La prosa poética de don Jaime es suave y enternecedora. Vaya como muestra un botón arrancado de la parte final de su poema “Me encanta Dios”.

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.

A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

Cuando el poeta Tuxtleco se adentra en los temas eróticos es esencialmente sugerente consigo mismo y con la vida y da ideas para hacer la existencia más agradable con la pareja, es decir, invita a los juegos de la imaginación que incitan a cualquiera a hacer más fácil y llevadera la fidelidad. Veamos el ejemplo más elocuente.

TE DESNUDAS IGUAL...

Te desnudas igual que si estuvieras sola
y de pronto descubres que estás conmigo.
¡Cómo te quiero entonces
entre las sábanas y el frío!
Te pones a flirtearme como a un desconocido
y yo te hago la corte ceremonioso y tibio.
Pienso que soy tu esposo
y que me engañas conmigo.
¡Y como nos queremos entonces en la risa
de hallarnos solos en el amor prohibido!
(Después, cuando pasó, te tengo miedo
y siento un escalofrío.)

La poesía de nuestro homenajeado ha trascendido en el entorno urbano de su ciudad de nacimiento, pues en el periférico norte existe un mirador que lleva el nombre de su poema “Los amorosos”. Y cuidado que está plenamente justificado el asunto pues ahí se ven parejas de enamorados a todas horas del día.
Respecto del estilo de Sabines, José Emilio Pacheco sostuvo hace poco que la sencillez no es falta de artificio. Es más difícil ser claro que oscuro. Dicha afirmación coincide plenamente con la tesis que vengo sosteniendo en esta intervención y para enriquecerla se me ocurre decir que a ello se deba tal vez ese rápido correr de traducciones de la obra de Sabines a tantos idiomas, pues las palabras fáciles encuentran traducciones prontas y expeditas. Pacheco sostiene que el poeta chiapaneco se salvó de ir al purgatorio pues a partir de su muerte y hasta ahora se le recuerda permanentemente.

Para cerrar esta alocución se me ocurre pensar que si nuestro homenajeado no pasó por el purgatorio estará entonces seguramente en el Cielo y ahí Dios dirá: “A mi me gusta, a mí me encanta Sabines”. MUCHAS GRACIAS por su atención.

(Este poema es para el caso de que sobre tiempo y pueda ser leído completo)

AMOR MÍO, MI AMOR, AMOR HALLADO

Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.

Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.

Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.

Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.

Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.











Julio Serrano Castillejos

Copyright © Todos los derechos reservados.

Publicado el: 24-03-2009
Última modificación: 24-03-2009


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