Corría el año de 1922 cuando Doña Carmelita Pérez de López, era dueña y señora de la famosa Finca de los Girasoles. Era la clásica mujer del siglo pasado, a sus 42 años lucia muy bien, siempre peinada con sus trenzas prendidas con las peinetas de carey que su difunto esposo le había traído de una tienda china. Madre de 3 hermosas señoritas cuidaba de ellas como su tesoro más preciado, María del Patrocinio, María del Rosario y María del Socorro, mejor conocidas como “las 3 Marías”.
Por ser madre de 3 mujeres, doña Carmelita se encargó personalmente de la educación de sus hijas enseñándoles a bordar, cocinar, leer y escribir o contar, si acaso ocupaban alguna instrucción extra, la señora revisaba con lupa al profesor que contrataba, el cual debía ser de buena familia, traer cartas de recomendación y sobre todo un caballero para beneplácito del resto de la familia.
Válgame que todos los días a las 5 de la mañana tenía la costumbre de ir a misa junto con sus hijas, no fuera a ser que algún pelafustán se les acercara, “nadie era digno de confianza”, por esa razón doña Carmelita caminaba adelante abriéndose paso por entre las callejuelas rumbo a la iglesia , mientras que las 3 Marías siempre con la mirada al suelo en señal de respeto y las manos cruzadas, lo hacían con paso largo y sin voltear a ningún lado; si alguna de las niñas se le ocurría desacelerar la marcha, doña Carmelita le apuraba dándole pequeños golpecitos con el abanico ordenándole apurar el paso.
Después de misa, doña Carmelita invitaba al señor cura a desayunar, siempre bajo la mirada de su madre las niñas debían de besar la mano del sacerdote invitado a compartir la mesa. El desayuno se servía a las 7 de la mañana no sin antes orar para darle gracias a Dios por los alimentos de ese día.
Durante el día, las clases de urbanidad, bordado, calado, deshilado, o cocina eran rutinas inquebrantables, las niñas apenas podían decir palabra, pero a las 5 de la tarde, era un alboroto silencioso el que se manifestaba porque los 3 caballeros que las pretendían hacían acto de presencia.
Un día, María del Socorro le comentó a su novio Fermín, que ella estaba a gusto con su educación porque sabía que algún día, ella sería madre de familia y que sería más flexible en la educación con sus hijos, pero que asistir a las 5 de la mañana a misa, era un martirio pues en invierno le daba mucho frio además de la oscuridad que había y que, por más razones que le daban a su mama, no había nada para que doña Carmelita cambiara de opinión.
Fermín se quedó pensando y al cabo de un rato le dijo que no se preocupara pero que al otro día tal vez sería el último día que ellas fueran a misa a esa hora y “por favor pase lo que pase no te asustes”.
Al otro día, doña Carmelita y sus hijas se dispusieron para ir a misa, iban caminando apuradas para llegar a tiempo pero en el camino, salió un hombre vestido de negro con una máscara negra que cubría su rostro les cerró el paso, doña Carmelita venciendo su temor quiso pasar pero el hombre no la dejó, entonces se regresó dos pasos como protegiendo a sus hijas pero el hombre avanzó hacia ella, doña Carmelita quiso gritar pero el hombre le tapó la boca y le dijo al oído:
-señora, ¿que no sabe que a las 5 de la mañana se aparece el hombre de negro para robarse a las señoras con hijas?
Doña Carmelita no sabía que decir, ella quería proteger a sus hijas pero este lascivo hombre ¡le estaba diciendo que se la robaría a ella! Quiso soltarse pero el hombre se le acerco más y más.
Con voz temblorosa por el miedo doña Carmelita le dijo: -Si esto es un asalto no traigo dinero señor, ¡por amor de Dios déjenos ir!
-Señora, la voy a dejar ir pero si la vuelvo a ver no podré contenerme
Al escuchar esto doña Carmelita y sus hijas se fueron corriendo tan rápido como sus fuerzas se lo permitían, todavía alcanzo a escuchar la voz del hombre que le decía: -¡Señora! ¡ ya se a qué horas pasa a misa! ¡Aquí la espero!
Dicen los del pueblo que, desde ese día doña Carmelita ya no volvió a misa de las 5 de la mañana, esperaba a que hubiera gente para irse el templo, no fuera a ser que el hombre de negro estuviera esperándola para hacerle no sé qué cosas.
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