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Mercedes A. Alexandre


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CARTA DE AMOR DE UN EMIGRANTE

Caracas diez de octubre del 2000

Querida mujer, querida esposa:
Un impulso muy fuerte, incontrolado, envuelto de tristezas y de nostalgias me ha hecho ponerme a escribirte. No tiene sentido me digo, no tiene fundamento, sin embargo, mi corazón; ese latiente dictador y cacique de los sentimientos, me ensordece con sus gritos diciéndome que debo hacerlo. Veinticinco años de ausencia hacen que piense que no debo escribir esta carta, pero las circunstancias que me rodean y mis sentimientos me empujan a ello.
Tumbado estoy en mi lecho entre sábanas frías y extrañas que no llevan nuestras iniciales bordadas en su embozo. Con una voz templada he pedido abran las ventanas, se asoma la vida en ellas, mientras la mía se acaba. Tiende a ser una despedida, una despedida dolorosa y larga. Peces de plata ya muertos flotan en mis pensamientos. El huracán de la muerte con fuerza me está barriendo. Mi corazón cansado ya casi no tiene aliento, sus latidos son lentos... será que se está durmiendo. Sobre las tejas de mi alcoba se agolpan los recuerdos y los verodes están secos. En esta soñolienta tarde de este otoño soturno tú eres la única presencia a pesar de tu ausencia. No te culpo si mis palabras las tachas de redrojos inservibles, pero me siento tan soledoso que hasta necesito recurrir a viejas palabras de nuestra tierra.
Como si de un viaje astral se tratara me veo abrazado a tu cuerpo, tumbados los dos sobre las arenas negras de las playas de nuestras tierras canarias. Este inmenso continente me sobra, mi pedacito de tierra me falta.
Sé que es demasiado tarde; o al menos así lo presiento, para pedirte perdón, para decirte ¡te quiero!. Ya ves, tantos relajos en tierras extrañas, tantos labios nuevos rebosando besos y son los tuyos los que al final deseo. Son tus ojos donde quiero mirarme mientras el arrorrro de la muerte me va durmiendo.
Buscando fortunas imaginarias y fantásticas abandoné nuestro hogar, nuestra alcoba, nuestra cama, nuestras viñas embriagadas y perfumadas. Te pido perdón por no haber sembrado tu vientre de ilusión, por no haber luchado a tu lado ni moler el gofio juntos en el molino de las adversidades. Te pido perdón por tantas cosas y por esta ausencia sin sentido ni razón.
Tus cartas llenas de deseos, desesperación, amor y resignación están sobre mi última almohada, las aprieto con mis sienes como si intentara llevármelas tatuadas.
Nunca dejé de amarte, ¡te lo juro por nuestra virgencita de Candelaria!. El orgullo, la soberbia, la vanidad y ese machismo absurdo que destruye tantas vivencias bellas, me hicieron quedarme en estas tierras. No tuve valor para presentarme ante ti fracasado y sin perras. No tuve valor ni tan siquiera para llamarte a mi lado por miedo a que te enteraras de mis correrías vacías y vanas.
No sé si hace Sol, o está pardiando el día. No se si mañana veré nuevas serenas de amanesias, ni si tendré tiempo de alegar con mi alma y quedar en paz antes de la marcha definitiva. De lo que sí estoy seguro es que este fisco de tiempo que me regala la vida es tuyo. ¡Ya haré las paces con Dios allá arriba!. Antes de marcharme, como si de un jueves cualquiera de nuestras primaveras se tratara imaginaré que los dos juntos salimos a enamorar, a bailar y a reír en alguna de nuestras cientos de romerías. Imaginaré que paseamos bajo la sombra de los dragos, de los pinares y con ramas de brezos haré cordales, que el viento rasgueará como si fuera un mágico timple al son de folias y susurrándote al oído te diré palabras atrevidas, tú me pegarás con cariños y yo desataré tú corpiño. Haremos el amor mientras los almendros y las retamas perfumarán nuestros cuerpos.
No puedo devolverte el tiempo perdido, no puedo llenar esas ausencias que tu has sufrido, lo único que puedo ofrecerte son mis últimos suspiros.
Quisiera en estos momentos estar acurrucado entre tus pechos y con mis manos acariciar tus mejillas y ver en tus ojos el perdón en el instante de mi ida. ¡Quisiera tantas cosas mi amor!. Quisiera volver a aquel día marcado por mi partida y no embarcar cargado con mi equipaje de aventura y fantasía en aquel barco que me llevaba a la octava isla y así poder disfrutar de tu amor noche a noche, día a día.
Las lágrimas me queman al correr por mis mejillas. ¡Te quiero vida mía! Sé que es tarde para decírtelo, pero la fuerza de este sentimiento es lo único que hace se alargue mi vida y a pesar de saber que son dolorosos momentos de agonía, no me importan sin son para imaginarme que aún soy tuyo y tú eres mía.
Mi vista se nubla, mi cuerpo agoniza, pero tu imagen siempre me acompañará en la eternidad clara, limpia y nítida.¡Te quiero mujer, te quiero!.
Tiemblan mis labios besando estas líneas


Mercedes A. Alexandre

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Publicado el: 01-05-2003
Última modificación: 00-00-0000


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