OLOR A CRISANTEMOS
Cuento de Terror
Las llamas de la chimenea de la sala de estar iluminaban con una luz acogedora la habitación, haciendo sombras curiosas sobre los mullidos cojines del sofá. El crujir de la leña y el tic-tac del viejo reloj de pared, colgado sobre un antiguo escritorio, eran el único sonido que rompía el silencio del cuarto.
La señora Sheila Grubb se encontraba sentada cerca de la chimenea, medio adormilada por el calorcillo que le llegaba de la leña encendida, o tal vez por su avanzada edad. Sheila Grubb era una mujer de poca estatura, cara redonda, nariz pequeña y algo respingona que le daba una cierta gracia a su aspecto. Sus ojos menudos pero muy vivarachos y de un intenso color azul daban luz y vitalidad a su mirada. La estrechez de sus caderas y la delgadez de sus piernas hacían un gran contraste con su voluminosa pechera. Le gustaba mostrar sus canas, canas cuidadas y bien peinadas, casi siempre recogidas en un discreto moño italiano que remataba en un costado con un clásico pasador de carey. Sus pequeñas manos, eran delgadas y cuidadas, adornadas simplemente con un valioso anillo de diseño muy antiguo y con dos alianzas en su dedo anular, la de ella y la de su difunto marido.
Sobre su rebeca color rosa pastel se destacaban algunos pelos negros procedentes de su gato “Powet”, que también dormía placidamente por el efecto que le producían las caricias que casi inconscientemente le estaba haciendo su ama. Sobre la alfombra, muy cerca de los pies de la anciana, estaba su viejo y querido perro “Lord”. Era un pointer muy viejo, pero aún guardaba algún resquicio de su buena raza de caza. Siempre fue el leal compañero de su esposo y ahora le servía a ella para hacerle una compañía impagable. El viejo animal se había convertido en la sombra de su ama. Solía traerle las zapatillas, el periódico y hasta parecía saber cuando su ama comenzaba a tener uno de sus peligrosos ahogos, ahogos producidos por su delicado corazón, pues como si de una persona se tratara, le llevaba entre sus dientes la cajita de las gotas milagrosas, que hacían que se recuperara.
Todo era paz y tranquilidad en aquella agradable salita, hasta que las campanas del reloj; anunciando las cinco de la tarde, rompió el sosiego de la habitación.
La señora Grubb tuvo un pequeño sobresalto al igual que su perro. Se levantó y después de mirar el reloj se dirigió hacia el hall, se miró en el espejo de la entrada y se atusó suavemente el pelo con las manos. Dejó sus gafas sobre una bandejita de plata que solía utilizar para poner el correo y el llavero de la casa. Se puso su abrigo de suave lana inglesa de color gris y un discreto sombrero haciendo juego. Abrió la puerta de la casa y cruzó el pequeño jardín que tenía delante de la entrada y salió a la calle.
La cancela de la verja sonó con un estridente chirrido, que pareció un alarido. La niebla era exageradamente espesa y hacía un frío intenso que se te metía en los huesos clavándose como finas alfileres. Se subió el cuello del abrigo y se dispuso a caminar lo más cerca de los setos que bordeaban las casas colindantes, quizá para orientarse y no perderse en el camino a casa de su joven y enfermiza sobrina. Si no hubiera sido por el estado tan delicado y débil en el que se encontraba no hubiera salido en una tarde tan fría como aquella, pero desde que su sobrina había llegado tan enferma a Londres desde el extranjero, ella no había dejado de visitarla para ayudarla y hacerle compañía la mayoría de las tardes. ____ Es tan joven y está tan sola.___ Se repetía a veces cuando hablaba con sus amigas.
Volvió la cabeza con brusquedad. Habría jurado ver las luces de su casa encenderse y apagarse muy rápidamente. __ ¡Qué tontería!.__ Se dijo.___ Habrá sido un reflejo del farol de la entrada con la niebla.___ Añadió como queriéndole buscar una lógica explicación. Iba a continuar su camino, cuando oyó un leve gemido. Volvió de nuevo a sobresaltarse, pero recordó, mientras se le dibujaba una leve sonrisa en su cara, que debía ser su viejo perro “Lord”, siempre lo hacía cuando ella decidía salir sin él. Pensó que a pesar del frío le vendría bien al perro dar un paseo con ella hasta la casa de su sobrina. Volvió sobre sus pasos y entró de nuevo en su jardín y metió la llave en la cerradura, intentó abrir la puerta pero no pudo, parecía como si desde dentro se lo impidieran hacer. La señora Grubb se quedó mirando la llave e intentó de nuevo abrir la puerta, esta vez lo consiguió, en ese instante, el perro salió despavorido de la casa y un fuerte olor a crisantemos la envolvió. Extrañada por el suceso se quedó parada en la entrada, después de unos segundos decidió cerrar de nuevo y salió a la calle llamando a su perro. Al ver que no le veía, pensó si se habría escondido por el jardín y reanudó su marcha sin dejar de pensar en el extraño fenómeno que le había ocurrido. No se quitaba de la imaginación aquel fuerte olor a crisantemos.
Intentó reponerse y continuó su camino mientras decidía no contarle nada de lo ocurrido a su sobrina para no preocuparla. A pesar de su edad y de su delicado corazón, era una mujer de carácter y de temperamento, con un gran dominio de sí misma. Sacudió la cabeza, como queriéndose quitar del pensamiento todo lo ocurrido y continuó caminando mirando de un lado a otro por si veía a su perro, pero este parecía haber desaparecido.
La casa de su sobrina estaba a algunas manzanas de la suya. Llego a su destino con gran dificultad a causa de aquella incómoda niebla, que cada vez era más densa. Se dispuso a llamar a la puerta cuando se percató de que esta estaba entreabierta. Le extrañó encontrarla así. Cruzó la puerta... ¡Y de nuevo aquel intenso olor a crisantemos!.____ ¡Esto era demasiado!.____ Se dijo. S corazón comenzó a latir aceleradamente, como avisándole que no estaba de acuerdo con su fuerte carácter y dominio de sí misma. Comenzó a sentirse mal. Con mucho cuidado y sigilo alcanzó el interruptor de la luz pero este, después de haberle dado un par de veces no encendió las luces del hall de la casa. Subió con la mirada en la escalera que llevaba a la parte de arriba. Desde donde se encontraba podía verse una parte de la puerta del dormitorio de su sobrina. Una débil y agonizante luz salía de ella. Sus nervios parecieron traicionarla y fue subiendo todo lo deprisa que pudo, mientras gritaba el nombre de su sobrina. ____ ¡Lilia, Lilia, Lilia! ¡¿Qué está ocurriendo?!._____ Sintió un sobresalto, cuando al agarrar el pasamano de la escalera, comprobó que este estaba enramado con cientos de crisantemos que desprendían un fuerte olor.
Llegó al quicio de la puerta del dormitorio y le vino a los ojos la visión más horrible que jamás ella hubiera podido imaginar.
Tendida sobre la cama, con la cabeza colgando y desnuda completamente, se encontraba su sobrina. Los ojos eran dos manchas de sangre. De la boca salía una espuma que goteaba hasta la alfombra. Su cutis estaba verdoso y lo más horrible de todo era que su cuerpo estaba cubierto de centenares de gusanos que se estaban retorciendo de placer por encima de su cuerpo, de su piel. Al lado de la cama había un ataúd abierto rodeado de velas encendidas y lleno de crisantemos blancos y amarillos manchados de sangre.
Sus piernas parecían dos débiles tallos a punto de partirse. Sintió que el aire no le llegaba a los pulmones. Quería salir de aquel lugar pero no podía. Sintió detrás de ella que la escalera crujía.___ ¡Alguien estaba subiendo!.____ Se quedó petrificada. Oyó de pronto como con un gran portazo se cerraba la puerta de debajo de la casa. Esto hizo que reaccionara y mirara hacia la escalera. _____ ¡ Allí no había nadie!._____ Bajó como un rayo los tramos de la escalera. Abrió la puerta y salió a la calle. Quería gritar y pedir ayuda pero su corazón y la sensación de ahogo que le producía la intensa niebla hacía que cada vez se fuera encontrando peor. Agarrándose a los setos de las casas, fue avanzando con gran esfuerzo. _____ Debía llegar a casa.____ Se repetía una y otra vez. Sabía que necesitaba sus milagrosas gotas y llamar a la policía._____ ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Qué estaba pasando?. _____ Sollozaba llena de terror y de angustia.
A duras penas consiguió llegar hasta su casa y cruzar el jardín. Abrió la puerta de su casa y antes de darle tiempo a encender la luz, algo se le plasmó en la cara. Se llevó las manos a ella y sintió una sustancia pegajosa y húmeda con una mezcla de olor a sangre y a crisantemos. Dio un grito desgarrador y a tientas consiguió entrar en la cocina. Encendió la luz y pudo ver que aquello que habían lanzado contra su cara, eran las entrañas de su querido y viejo perro. Toda aquella masa se le había pegado a su pelo. Sin poder casi ni respirar agarró un paño de la cocina y se lo acercó a la cara con furia, casi arrancándose la piel para conseguir quitarse los restos de su querido perro “Lord”.
Sus ojos comenzaron a dilatarse y sus labios a temblar. Ya casi no podía respirar. Del paño que tenía en la mano comenzaron a salir arañas negras, que fueron invadiendo toda su cara y su cuerpo. Sintió que se estaba mareando y fue Agarrándose por los muebles de la cocina. Su mano tropezó con el tirador de la puerta del horno, esta se abrió e hizo que la señora Grubb cayera al suelo. Dentro de el pudo ver a su cariñoso gato todo quemado sobre una bandeja cubierta de crisantemos. El corazón de la encantadora señora Grubb no pudo soportar aquel terrorífico espectáculo. ¡Cayó fulminada al suelo!.
Oficialmente la muerte de Andrea Grubb fue por un fuerte ataque al corazón. Nadie echó de menos a sus queridos animales.
Lilia, la joven sobrina de la señora Grubb, con un costoso camisón de encajes y de seda natural, se estremecía en la cama con su joven amante. Reían y gastaban bromas sobre la atractiva herencia de la delicada tía Sheila. Había merecido la pena el gasto en crisantemos y un puñado de gusanos de seda y por supuesto también mereció la pena gastar toda la imaginación que tenían sus retorcidas mentes.
Todo había salido como lo tenían planeado desde hacía tiempo. Desde el regreso de Lilia con su falsa salud tan delicada y quebradiza hasta saber esperar a que el tiempo les regalara un día de intensa niebla.
¡Lo habían conseguido!. Se abrazaron fuertemente y con toda la pasión de unos enamorados y comenzaron a besarse apasionadamente.
De pronto sus cuerpos sintieron un escalofrío. La ventana se abrió y una suave brisa hizo mecerse a las vaporosas cortinas de gasa. Las finas sábanas comenzaron a moverse como si fuesen blancas serpientes que bailaran una danza ritual y mágica. Sigilosas y suavemente fueron deslizándose hasta la garganta de los jóvenes amantes. Ellos no podían salir de su asombro y no encontraban ninguna explicación lógica a todo aquello que estaba ocurriendo. ¡Las sábanas se estaban moviendo solas!. Intentaron desesperadamente arrancárselas de sus respectivas gargantas pero las sábanas cada vez se aferraban más a sus cuellos y a sus cuerpos, haciendo que quedaran atados el uno al otro por completo. Un intenso olor a crisantemos inundó la habitación. La mecedora que estaba cerca de la chimenea de la alcoba comenzó a mecerse. El horror se fue dibujando en las caras de los amantes y unos instantes más tardes se les dibujó la muerte.
Fue la última visita de la señora Grubb a su delicada sobrina.
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