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Con cintas de color de rosa

Rebrujaba, rebrujaba en mi closet, bajaba cajas, buscaba unos papeles de esos que siempre piden en los ministerios, para luego dejarlos en alguna gaveta y volver a pedirlos porque los que llevaste se perdieron en la ruma de la burocracia.
Rebrujaba y de pronto, en una de las cajas, cual muñeco de resorte saltó a mi vista un manojo de cartas, atadas con cintas de color de rosa, como suelen ser guardadas en las novelas románticas y en las películas empalagosas de ese mismo romanticismo y recordé en el momento lo romántica y lo cursi que fui en ese ayer y lo que es más, lo que sigo siendo hoy.
Desplegué el lazo y esparcidos quedaron los sobres que guardan las hojas llenas de palabras del primer amor.
Me pregunté ¿por qué las guardo? ¿por qué mantuve y mantengo por tanto tiempo, unas hojas que ni mi marido sabe ni supo jamás de su existencia?
Las tengo numeradas, tomé la número uno y ¡sorpresa! había olvidado la rosa que seca aún estaba entre los pliegues del papel. Me asombró ver lo bien conservada que estaba, con todos sus pétalos, hechos casi seda.
Comencé a leer y me encontré con Alejandro, con el muchacho de los ojos grandes y grises que usaba lentes y que me persiguió desde el día que lo conocí. Me encontré con Alejandro y con su declaración de amor. Me llamaba, princesa, me decía en mil formas diferentes lo que le gustaba, lo que me amaba, que si mis ojos, que si mis labios, que si sus sueños estaban llenos de Esmeralda.
Y abrí la número dos, y ya en esta carta más larga, más cuidada, ascendía en la monarquía de su amor y ya fuí su reina... y así con cada una de sus cartas fui recordando esos quince años, donde el amor de Alejandro hizo que imaginara familia, casa y hogar, donde descubrí, que el roce de unas manos puede ser tan intenso como el más intenso abrazo, descubrí que un beso puede ser más íntimo que un hacer el amor, descubrí que las palabras son importantes y que no sólo entraron por los oídos, también entraron por los ojos. Dos años duraron nuestros amores. No pasaron de esos escarceos amorosos que quedan por siempre grabados en el alma y en el corazón de quien despertaba y abría la puerta al sentimiento que gobierna a los seres humanos.
Alejandro permitió que presagiara en mi vida amor más profundo y paciencia al encontrarlo, como de hecho aconteció años después.
Pero nunca tuve el valor de echar al cesto de la basura, las cartas de alejandro. Como ahora tampoco lo tengo y vuelvo a colocarlas, acomodadas, una sobre otra y en órden de llegada, cuidando las rosas y atándolas con la cinta rosada, testigo muda del tesoro que guarda y ha guardado por tantos años.
¿Dónde estrá Alejandro?
¿Qué habrá sido de su vida?
¿Alguna vez recordará los sueños que tuvo con una Esmeralda?
¿Sabrá alguna vez la nostalgia que he sentido por la pureza de su amor?
¿Podré encontrarlo y decirle: guardo tus cartas, has sido recuerdo en el olvido que creía había vivido de mi ayer.
Guardo tus cartas, porque fuiste, Amigo, la ilusión de un mañana que se quedó en el principio del camino del tiempo.
Coloco con cuidado las cartas atadas, el lazo bien hecho y sonrío ante el espejo al verme como ayer, adolescente, joven y con ganas que mis nietos crezcan rápido para sentarme con ellos y leerles mis cartas, las del primer amor.
Presumo me mirarán con asombro y extrañeza, tomarán los sobres y me dirán: "Abuela, ¿qué programa usó ese Alejandro para enviarte esos e-mails que tan raros salieron? Abuela, ¿qué impresora usaste?
Y la intención del rescate de un poco de cursilería divina, quedará guardada en la memoria de mi disco duro.
¡Ah, mis cartas atadas con cintas de color de rosa!
Esmeralda.

Migdalia B. Mansilla R.
Fecha: Junio 2002, cuando comencé a atreverme a escribir ciertos relatos y cuentos...


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Publicado el: 19-06-2003
Última modificación: 00-00-0000


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