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El derecho que nos dan los años

Con el correr del tiempo vamos dejando a nuestro paso huellas en el camino de nuestras vidas. Huellas que son cada una el reflejo de ideas, pensamientos, sentimientos, acciones y actuaciones que van conformando el hacer de la vida personal de cada uno de nosotros.

Sabido es por demás y repetido hasta el cansancio que, nacemos, crecemos, nos desarrollamos y...¡decidimos!. Sí, decidimos:
estudios, vocaciones, ideales, tendencias políticas, religiones, formas de vida, orientación sexual y un sin fin de etcéteras.

Así, primero, obligados porque hasta cuestión de Estado es, estudiamos hasta donde nos parece nos lleva el camino para culminar las metas de llegar a realizarnos como profesionales,
expertos en un oficio y hasta en magos o payasos y en otro largo etcétera.

Andando en esto van creciendo en nosotros los sentimientos: amor, ira, miedo, llegando en el tiempo preciso, gracias a Dios, a diferenciarlos, no con poca dificultad que quede claro, lo que pasa es que estos sentimientos los regamos con emociones sin fin y con muchos matices. Nos enamoramos, nos dejamos, vamos por la calle y nos asaltan y nos atemorizamos, sentimos miedo por la vida y por la muerte y rabia! por tantas cosas que la lista se hace interminable. Además, ¡qué dualidad tan inexorable!
somos capaces de amar lo que odiamos y odiar lo que amamos y todo esto conforma un minestrone que hace parte de nuestras vidas en mesas servidas de tiempos inmemoriales.

Y seguimos andando...y en la búsqueda de nuestro puesto en la sociedad, de nuestro lugar en el mundo, de nuestra vocación de ser, nos plantamos los ideales y pasamos por la etapa en que se es un religioso casi pío, un ateo furibundo o un utópico enarbolando banderas de todos los colores que gritan revoluciones y luchas románticas en pos de libertades.

Y así llegamos a decidir nuestro estado civil, nos casamos, nos quedamos solteros o nos hacemos religiosos, todo por formar o ser parte de una familia. A veces las circunstancias de la vida precipitan alguno de estos caminos, pero esta decisión debería tomarse con absoluta seriedad.

Y en todo este andar también se toman decisiones que afectan nuestra orientación sexual en busca de una identidad. Se es heterosexual, homosexual, lesbiana o bisexual. Biológicamente a un hermafrodita la naturaleza le jugó una mala pasada y allí es científicamente donde hay que tomar decisiones, lo mismo le ocurre a un transexual. Pero alguien me puede decir ¿cómo voy a decidir si soy homosexual o heterosexual si yo nací así? Bien, permítame explicarle: si ud., nace, se siente y se sabe heterosexual, pues sus preferencias por el sexo opuesto no tienen problemas y ud. se realiza como ser humano en pareja o no, sin trauma alguno. Pero si su cultura y la sociedad en que vive es intolerante con otras manifestaciones de orientación sexual, pues sí debe decidir, ¿qué?, decidir si acepta su orientación y vivirla a la luz y ser feliz o no aceptarla y vivir a media luz con quien no se quiere y amargado de ser lo que no se es. Así que queramos o no, aquí también hay que decidir..

Y llegamos a los etcéteras que son todas las veredas de nuestro camino por la vida, son las decisiones cotidianas de todas las cosas que debemos hacer y que afectan directamente y definitivamente nuestro seguir andando en el tiempo, con los pasos sobre la tierra. Y aquí encontramos, el trabajo, las mudanzas,los hijos, la salud, que si voy al médico, que si debo dejar de fumar porque el efisema me esta matando (con el perdón de los fumadores), que si ya no puedo tomar ese licorcito que tanto me gusta, ya saben el higado, que si debo ponerme a régimen porque la columna ya se me parte y las grasas y el colesterol y ya no encuentro ropa que ponerme, que si siento esto o aquello, que si tengo miedo y decidimos mejorarnos siguiendo las indicaciones médicas que nos prometen salud o nos ponemos en la picota de la guadaña de la palabra que siempre tememos pronunciar porque ¡qué manía! de creernos, que aunque lleguemos a mayores rebozantes de salud, la muerte nunca va a llegar.

Así que decidimos también cómo terminar nuestros mejores años. Porque yo sí creo que estos son mis mejores años, los años de la plenitud, los años en que dejamos atrás las especulaciones porque llegaron las concreciones, porque estos son los años del andar sin pausa pero sin prisas y del hacer un poco o mucho de lo que siempre quise hacer y que en mi primera juventud, atareada como estaba por hacerme mayor dejé de realizar.

Ahora que comienzo a ser lo suficientemente mayor, siento que los años nos dan el derecho, cumplidos los deberes, de exigir el no ser atropellados por nadie y el que se nos respete lo que queramos, ser, hacer y expresar, sin que se nos queden palabras ahogadas en la garganta y sin que sintamos que hay jueces que hablan y callan sus verdades y que juzgan sin conocer a fondo, el espíritu que se libera de los prejuicios y tabúes que otros nos imponen.

Los años nos dan el derecho de pararnos firmes frente a la vida.


Migdalia B. Mansilla R.


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Publicado el: 02-06-2003
Última modificación: 29-05-2011


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