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Daniel Adrián Madeiro


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POR QUÉ MURIÓ JUAN

Mirian estaba de visita en la casa de Roxana, su mejor amiga.
Tanto habían charlado que no advirtieron que las horas pasaron mucho más rápido que su ansiedad de estar juntas.
-Me voy-, dijo Mirian, y Roxana se ofreció a acompañarla hasta la entrada al subte.
Caminaron juntas esas cuadras.
Un cartel informaba sobre el servicio momentáneamente suspendido.
-Bueno!, tendré que tomar el colectivo-, lamentó Mirian y se fueron hasta la parada.
Vino el micro, se despidieron y ella subió.
Con mucha dificultad logró llegar hasta la mitad del interior repleto.
Como muy pocas veces lo hacía, en esa oportunidad descuidó su cartera.
Alguien se le acercó y comenzó a apretujarla. Ella estaba muy abstraída tras sus confidencias a Roxana sobre el fin de su noviazgo, y no atendió la extraña maniobra. Gerardo, El sí.
El era alto, corpulento y cinturón negro de aikido.
Disimuladamente se acercó al hombre y con un golpe preciso en su costado derecho, le hizo brotar un cerrado quejido.
Mirian y varios de los pasajeros, observaron al sospechoso. Gerardo lo miró con dureza y aquel recibió el mensaje.
Con rapidez llegó a la puerta trasera y descendió en la primera parada.
-Era un carterista.- comentó Gerardo a Mirian- Intentaba abrirte la cartera para robarte-.
-Gracias!.-contestó ella- Estaba distraída y no me di cuenta; la verdad te lo agradezco-.
-Me llamo Gerardo-
-Mirian, Mucho gusto!-.
Ambos se quedaron en silencio pensando por un breve instante el uno en el otro.
-Yo bajo en Congreso-
-Bajamos juntos entonces- dijo él.

En aquella línea del subte que Mirian no tomó, se encontraba retenido Tulio, su ex-novio. Habían roto definitivamente una semana atrás.
Ella no lo amaba y fue duro para él aceptar esa realidad. Aún seguía siéndolo.
Iba camino a la clínica.
Pasó cerca de media hora o quizá menos, hasta que el viejo subte reanudó su marcha.
En la primera estación, Tulio llamó a la clínica para avisar que se encontraba indispuesto y que esa tarde no iría. Su espíritu estaba lo bastante abatido como para sumarle las dolencias ajenas que diariamente vivía en su trabajo.
Minutos después del llamado de Tulio, sonó el teléfono en la casa de Juan, quien se disponía a acostarse. Estaba agotado tras mirar unos documentales sobre medicina que tenía postergados desde largo tiempo atrás.
El contestador automático comenzó a emitir su recitado: -Usted está comunicado con el número...-.
Luego de la señal prestó atención a lo que decían del otro lado: -Doctor, le hablamos de la clínica. Nos avisó el Doctor Peña que hoy no vendrá. Necesitamos contar con su presencia para la guardia. Por favor, llámenos a la brevedad para confirmar.-.
-Qué hago?- pensó. No era su obligación estar en su casa y haber escuchado el llamado. Bien podía no haber estado allí y regresado muy tarde a su domicilio.
Pero estaba y, más allá del sueño y sus pocas ganas de obedecer a su conciencia, llamó para confirmar.
Al llegar a Congreso un hombre lo llevó por delante. Era Gerardo que, con voz muy fuerte y gestos ampulosos, caminaba con Mirian.
Juan subió al colectivo. Imaginó tener una noche tranquila que le permitiera dormir al menos algunas horas.
Alrededor de las seis, llegó a la clínica.

Sentados en un café, Mirian divisó la alianza de Gerardo. El le confesó que era casado; ella cambió de tema.
El galanteo duró varios minutos hasta que decidieron ir a un hotel cercano.
Todo hubiera sido perfecto si no fuera porque de allí mismo estaba saliendo una pareja formada por Olga y su novio.
Al ver, desde lejos y con la tenue luz del hotel, a Gerardo, el esposo de su amiga, acompañado de otra mujer, Olga se acurrucó más a su novio, ocultándose el rostro.
-Cómo puede ser?. -pensó. -Susana ya lo perdonó antes por su constante infidelidad, y él todavía no se corrige.-.
Presa de indignación, no deseaba otras cosas más que estas: que a ella no le pasara lo mismo con Carlos, su novio, y poder ir a la casa de Susana a referirle la desgarradora novedad.
En la clínica, Juan conversaba muy animadamente con una enfermera que, sin ningún disimulo, mostraba un marcado interés en él.
A las siete, llamaban al tercero A.
-Quién es?. -se escuchó por el portero eléctrico.
-Olga, abrime-.
Sentadas en el living, Olga le contó a Susana lo que había visto.
Ambas se abrazaron a llorar.
Juan, en la clínica, atendía a un delgado muchachito que presentaba un corte en la frente. No era nada serio y transmitió a los padres del niño la tranquilidad que ellos anhelaban.
También Olga ayudó a Susana a serenarse y, tras unos consejos adicionales, se marcho.
Mirian y Gerardo se despidieron y él regresó a su casa.
Dentro del taxi, Olga seguía preocupada por su amiga.

Los vecinos de Susana y Gerardo nunca habían escuchado una discusión tan fuerte como la de aquella noche.
Ella gritaba enfurecida. Se escuchaban golpes de puertas y resonancias de platos y vasos estrellándose sobre las paredes.
El trataba de darle una explicación, mil disculpas, cientos de promesas. Todo era inútil.
Se oyó un último portazo. Gerardo se había ido.
Su rostro desencajado recorrió el pasillo y las escaleras, con la velocidad de un demonio.
Bajó a la cochera, tomó su auto y salió disparado hasta el primer bar.
Olga no dejaba de pensar en Susana y la llamó.
Una voz totalmente perdida atendió el teléfono.
-Susana, sos vos?.-
-Si...Soy Susana, soy ...-y se escuchó el ruido del auricular cayendo sobre el piso.
Gerardo había bebido lo suficiente como para perder todo sentido del equilibrio.
Regresó al auto y comenzó a manejar fuera de todo control.
Ahora llovía torrencialmente.
Olga llamó a la clínica pidiendo una ambulancia para Susana y partió hacia allí.
A Juan le avisaron y salieron con premura para el lugar.
La lluvia entorpecía aun más la circulación del tránsito.
A los diez minutos, Juan ya estaba frente al edificio de Susana.
Bajó de la ambulancia y corrió rápidamente por la calle.
A punto de llegar a la vereda, resbaló y cayó con todo su cuerpo sobre el asfalto.
En ese preciso instante, sobre ese exacto lugar, las ruedas de un Torino pasaban a toda velocidad y aplastaban al indefenso manojo de carne y huesos depositado sobre el cemento.
El conductor del auto se encontraba totalmente fuera de sí.
Era la segunda y última vez que se llevaba por delante a alguien que se llamaba Juan.


Daniel Adrián Madeiro

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Publicado el: 16-01-2003
Última modificación: 00-00-0000


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