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Daniel Adrián Madeiro


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LA ETERNIDAD DE MIS DÍAS

Nuestros momentos preciosos, o nos los quitan,
o nosotros mismos los dejamos escapar. Y la
pérdida más vergonzosa es la originada por
nuestra negligencia; reflexiona y verás que
una gran parte de la vida se invierte en
hacerlo mal, otra parte en no hacer nada,
y el todo en hacer lo contrario de lo que debiera hacerse.
¿Dónde está el hombre que sepa estimar el tiempo,
y apreciar un día, y comprender que se muere a cada instante?.

Sobre el empleo del tiempo, de Cartas a Lucilio - Séneca


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El almanaque me dice que es la última semana de diciembre. Dentro de dos días será Año Nuevo.
Estamos en Occidente, bajo un calendario de origen cristiano y el 1 de enero comenzará el año 1999.
Pero no será así en todo el planeta. Apelo a dos ejemplos: Para los islámicos recién el 17 de abril de 1999 comenzará el año 1420 y para los judíos el 11 de septiembre se iniciará el año 5760.
El orbe no es uniforme, ni su gente ni sus ideas.
Se advierte en las calles una cierta inquietud y premura por el año que vendrá. Se venden tarjetas de buenos augurios. Muchas personas compran regalos para entregarle a sus seres queridos cuando sea la hora cero del primer día de 1999.
Las empresas organizan almuerzos o cenas, para agasajar a sus trabajadores por los esfuerzos realizados durante el año que se va y desear mejores resultados para el próximo. Otros se reúnen con sus amigos.
La mayoría parece encontrarse interesada en estar juntos y en amable camaradería.
Todos se desean unos a otros lo mejor.
Esta particular actitud anímica es fuente de opiniones divididas: algunos sostienen que es genuina, otros que está cargada de mero formalismo y hasta de falsedad. Dejo a cada cual a cargo de su propia visión personal sobre este asunto.
Yo, desde hace mucho, ando esquivando explicaciones o brindando una amable disculpa frente a los ofrecimientos que me hacen para asistir a alguna fiesta de Navidad o Año Nuevo. También buscándole la vuelta a mi respuesta ante mensajes alusivos a la fecha.
Muchos deducirán, con acierto, que la razón de esta negativa está vinculada a que, aunque creo en DIOS, no profeso ninguna religión y, entre ellas, tampoco el cristianismo.
Y es verdad que celebrar Navidad no me parece apropiado en mí, que no sólo no profeso esa fe sino que, además, he escrito un ensayo sobre las profecías bíblicas respecto del mesías.
Pero es más que eso.
Se trata en todo caso, y léase esto con la humildad con la que realmente lo siento, de mi intención de ser coherente conmigo mismo.
Si no soy cristiano es evidente que, en tanto no profese, como es mi caso, algún otro dogma que me lo impida, podría acompañar a aquellos que me invitaran a la cena de Nochebuena o Navidad por ejemplo.
Pero hay algunas otras cuestiones en todo esto. Al menos las hay para mí.
Cualquiera que me invite a esa celebración debería entender que ello implicaría mi asistencia a una reunión sólo para estar con un ser a quien aprecio y deseo acompañar, pero que de ningún modo representa más que ello. También, que me haría sentir mal verme de repente obligado a participar en alguna forma de ceremonial propio de la misma.
Si fuera el caso que para esa persona también resultara igual, una oportunidad de estar juntos, y así sucede muchas veces, me pregunto: ¿Por qué reunirse en Navidad?; ¿Por qué no transformar en especial cualquier otro día?.
Puede parecer estúpido el planteo que expongo, pero me resisto a hacer las cosas simplemente porque así está preestablecido. Más aún cuando ese hacer está acompañado de los protocolos atinentes a una celebración determinada.
Hace poco, una compañera de trabajo me expresaba más o menos lo siguiente: -Si Navidad no por el hecho religioso que te es ajeno, ¿Por qué tampoco el Año Nuevo?, ¿Qué tiene que ver?-.
Cuando uno analiza las cosas con cierta profundidad obtiene al menos dos resultados. Uno de ellos es que advierte como todo tiene un cierto “encadenamiento causal”, una cosa trae a otra y esta a otra y así sucesivamente; de ese modo se descubre que la “casualidad” no es frecuente en este mundo. El segundo descubrimiento es que los seres humanos, masivamente, realizamos distintas actividades por costumbre, tradición, hábito, moda, etc.
Esto se puede ejemplificar con el Año Nuevo. Esa fecha alude a un hecho religioso: la circuncisión de Jesús. Ese es el parámetro por el que se establece que ocho días después de Navidad será Año Nuevo.
Como se ve no hay “casualidad”. Navidad y Año Nuevo son dos elementos encadenados uno al otro; también se hace manifiesto como, lejos de relacionar o sospechar siquiera la vinculación entre ambos, todos conmemoramos una fecha siguiendo una costumbre, un hábito.
Pues bien, para cualquiera resulta aceptable que alguien no asista y, con más razón aún, no realice los festejos y acciones vinculados al año nuevo chino, judío o islámico, cuando ello no está relacionado a su fe.
¿Por qué, si entendemos eso, no entendemos también el desinterés por compartir rituales, ceremonias o celebraciones en aquellos que no creen lo que nosotros creemos?.
En esta situación se advierte otra revelación: Ideas mayoritarias y verdad suelen tomarse como sinónimos. De ello nace una especie de obligación a concluir y a aceptar que: Si todos lo hacen, deberíamos hacerlo también.

Ahora quiero exponer ante ustedes, con la mayor claridad que me sea posible, algunos argumentos que muestren que este análisis de nuestra propensión a realizar actos en forma masiva, ajenos a todo cuestionamiento, iniciado sobre la base de las fiestas de fin de año, es aplicable a otras fechas tales como: día del padre, la madre, el niño, el abuelo, los enamorados... y aun más que todo ello.
Desde que el mundo es mundo las comunidades organizaron formas de agrupamiento social sobre la base de la conmemoración de fechas y hechos de su historia real, o “no real” algunas veces.
Esto les permitió desarrollar una identidad, un conjunto de señales, de características, de modos, que los distingue del resto.
En grupos pequeños resultó propicio para su supervivencia; les otorgó un sentido de pertenencia a un pasado común y los obligó a trabajar por un futuro perfilado (teóricamente) por sus antepasados.
Las sociedades han crecido en número de miembros y en diversidad de ideas, de tal modo que actualmente es mucho más difícil unificar criterios, incluso dentro de un mismo grupo.
Se advierte, con agrado, que dentro de una misma comunidad ideológica, logran convivir distintos matices aceptando sus diferencias internas.
Obviamente, cuando las tensiones nacidas de estas divergencias se hacen insostenibles, acontece un cisma que separará las partes que, más tarde o más temprano, también sufrirán el mismo destino.
Más allá de esto, cada comunidad sigue participando de hechos colectivos, que les vienen como una “herencia a cuidar y delegar”.
Se trata de tradiciones, costumbres, ritos, mayormente vinculados a la historia, la raza y la religión de sus habitantes.
Es importante tomar conciencia de que, en el manejo de estas cuestiones, la clase dominante es la encargada de establecer eso que podríamos llamar los “identificadores de la cultura” que son “propios” de cada sociedad.
Si el ejercicio de esta potestad es cuestionable o no, no es ámbito de este trabajo. Mi intención es mostrar que, como en todas las relaciones, el que domina establece las reglas, con mayor o menor consenso, hasta el próximo dominador. Esas reglas incluyen también a nuestras celebraciones que nos acompañan desde que nacemos; por ejemplo: siendo pequeños, un día nos dicen que “esta noche vendrán los reyes magos” y comenzamos a creer en ellos. Al crecer, los adultos ya no creen en Reyes Magos pero sí en otras formas “mágicas” sin detenerse a indagar sobre el origen o validez de las mismas.
Decía que: La clase dominante es la encargada de establecer eso que podríamos llamar los “identificadores de la cultura” que son “propios” de cada sociedad.
Así, las distintas formas de administración del poder, conforme un análisis adecuado de la composición de su comunidad, serán las que se ocupen de sostener las señales que le confieran cierta homogeneidad a ese conjunto humano. Para ello atenderán la invocación al pasado común, la diagramación de eventos recordatorios y el constante discurso a favor de la memoria colectiva y de la práctica de los valores establecidos.
Independientes de su tinte ideológico, todas las organizaciones humanas utilizarán estos basamentos para construir y sostener lo que será su “folclor”.
Este es un proceso imperceptible que se viene generando desde los mismos albores de la humanidad, primero de manera espontánea, casi instintiva, luego como una herramienta del poder en cada sociedad para alcanzar un cierto equilibrio de fuerzas internas a la vez que tornar más o menos homogéneo toda forma del pensamiento masivo.
De algún modo, en los rituales propios de cada comunidad, hay una leve forma de segregación. Entiéndase bien, por favor: No en el sentido perverso de la palabra; aunque hay ejemplos de intolerancia a la diversidad. Simplemente, en cuanto que: cada costumbre, rito o tradición, no universal, es una forma de mostrar qué me separa de los otros. Nuestros comportamientos grupales muestran nuestras diferencias respecto de los otros grupos.
Estos distintivos de identidad llamados religión, raza, nacionalidad, ideología, etc., nacen con nosotros desde nuestro mismo origen como modo de organización humana.
Hoy estamos en condiciones de entender que son valores que se manejan conforme las evaluaciones del poder administrador sobre la base de lo que podríamos llamar “el bien común”.

Volviendo al punto de partida (las fiestas de fin de año), podríamos decir que cada comunidad establece y, en general, hace extensivo al resto “no afín” a su corriente de pensamiento, la invitación a recordar, conmemorar, celebrar, tal o cual evento en atención a alguno o varios de los siguientes motores: a) administración de las costumbres mayoritarias de la comunidad; b) fortalecimiento de su ideología; c) masificar una forma de pensamiento; d) efectuar una exposición positiva de su identidad ante la opinión pública; e) sumar voluntades.
Estas motivaciones existen y hacen entendible que, por ejemplo, los cristianos se interesen en difundir su fe o efectúen acciones defensivas específicas cuando se debilita su comunidad. La misma conducta y procedimientos se observan también en las sociedades: china, árabe, rusa, judía o japonesa, en todas las facetas de su espectro: religión, política, etnia, etc.
Así es como se comportan los grupos humanos.
Será importante entonces entender que, en este mundo tan diverso y, actualmente, tan interrelacionado, donde las comunicaciones y los medios de transporte nos ponen en una brevedad temporal antes insospechada en contacto permanente con realidades distintas; en este marco tan abrumadoramente diverso que compartimos, se hace necesario aceptar nuestras diferencias y respetarlas genuinamente.
También puede ser provechoso pensar si estamos haciendo lo que queremos nosotros o lo que otros nos hicieron creer que es lo que queremos hacer.
Provengo de una familia católica. Sin embargo, en alguna oportunidad, buscando la génesis de mi apellido me encontré con la posibilidad de que su origen sea “marrano”, voz despectiva que se aplica a los judíos conversos al cristianismo en Portugal. No tuve posibilidades de profundizar mi investigación.
Lo cierto es que ni una cosa ni la otra han podido más que mi deseo de verdad, de conocimiento de mí mismo.
Así, resulta ser que mi comportamiento dista bastante del tradicional en cuanto a celebraciones. Ni siquiera me parece relevante mi fecha de nacimiento.
He optado por vivir en la eternidad. Y ¿Qué es la eternidad?. La eternidad es el constante ahora.
DIOS sabe que cada día, al despertar, le agradezco continuar en el mundo de los vivos.
Desde ese mundo y “hoy”, tú me lees y yo te pido que: No dejemos de celebrar este día y los que sigan, por lo que cada uno de ellos encierra en sí mismo.

Daniel Adrián Madeiro

Copyright © Daniel Adrián Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor.


Daniel Adrián Madeiro

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Publicado el: 09-12-2010
Última modificación: 00-00-0000


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