¡Oh muerte silenciosa y verdadera!,
¿por qué persigues y engañas a la vida,
en segura celada?, ¡Oh maldita Zalamera!
¿por qué no te mudas a extranjera orilla?
Déjanos siempre en peregrinos olores,
en un lugar que no existan azufres
que perturben los fragantes amores,
llenos de vida, alegres y rebosantes.
Aléjate ahora de este nido de encuentro
donde está nuestro propio cuento,
aún no eres para este lugar y tiempo;
¡tendrás maldita Empalagosa tu momento!
Y aunque llegado el momento,
viviremos más allá del firmamento;
¡te aseguro que fuerte es el sentimiento
de almas que sobreviven lo infausto!
Escrito está que por siempre un día,
seremos una sola y grandiosa estela;
no podrás llevarte su vida ni la mía,
¡aguardarás maldito Mefistófeles, en vela!
Y aunque llegues de repente,
no luches, Demonio, por lo más cierto,
no podemos desearte suerte;
¡viviremos en el perenne firmamento!
Más allá del camino de la oprobiosa muerte
seremos una luz en el insondable horizonte
como siempre lo manda la suerte celeste,
¡brillando alegres como bellos consortes!
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