Cruzó la avenida de Mayo
con prisa el verano,
y el asfalto de la carretera
se dilata en los atardeceres
del ocaso.
Se escucha el silencio
en las paredes de las
oficinas y se cierran
las puertas donde
la llave tiene la fuerza
de un alfiler y
el regreso te condena.
El mar borró las huellas
de otros veranos y el
beso de la ola quedará
para el recuerdo como
el primer amor de
un adolescente.
El olor te sitúa
y te enfrenta al rumor
de caracola donde un
murmullo de mujeres
de fina voz acompaña
la melodía del mar
como instrumento de orquesta.
Vuela alta y lenta
la gaviota con la calma
de aquellas tardes de antaño
en las que se
segaban las mies y
la playa abre un abanico
de infinito colorido.
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