Se cansaron los días,
por el enorme peso de la ausencia,
que destilaba tristeza,
y se había hecho costumbre,
se había hecho conducta.
Quise volar sin definir el vuelo,
quise saber si me esperabas,
o el olvido se instaló en mi cama,
si estabas sola,
si aún guardabas la esencia de mis besos,
y si el temor había sido capturado,
y puesto entre barrotes.
Pero tuve la suerte de mi lado,
y un almendro pronunció tu nombre,
¿Dónde estás Ágata?
¡Esperando a mi amado!
contestó serena.
¡Allá viene, a lo lejos!
Entonces la luz se hizo posible,
y regresé al origen,
al lugar del corazón que me dio vida,
y alumbró en mi ser la eternidad.
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