Miré aquel niño desolado,
con su inocencia quebrada,
por aquellos ladrones de conciencias,
que juegan a la guerra en sus despachos.
Me duele el corazón de la impotencia,
me queman las entrañas y el vacío,
y sólo me queda el desconsuelo,
y las huertas labradas por tu ausencia.
Volví la vista atrás en busca de respuestas,
y nada que se precie de importante,
dictó discurso alguno de tierra y de pan negro.
Los hombres de papel ya habían dispuesto,
las tumbas de los niños de la guerra,
sin vencerles la risa.
Hipócritas mortales y malvados,
mas temprano que tarde,
las sombas de la noche harán justicia.
Y el llanto cobarde resbalará en sus almas,
pidiendo la clemencia que no dieron,
sufriendo el desenlace que Dios quiera.
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