Soneto encadenado
Andaba el clavel en su maceta
meciéndose en el aire con alarde,
perfumando la perezosa tarde,
que dormía una plácida siesta.
Andaba el clavel algo alerta
ciñendo la caña en su talle verde,
sintiendo como la savia le arde,
presumiendo de galán y de veleta.
Su plante, paseíllo de torero.
Su color, rojo de fuegos perversos.
Su perfil, labios rizados de versos.
Su donaire, el del rey del gallinero.
Con sus balanceos sensuales y traviesos
Le enviaba a las flores sus besos.
II
Con intenciones de un bandolero
a la rosa quiso robarle un pétalo
doblando su talle hasta el suelo.
¡La caña saltó del tiesto al albero!.
El clavel señorito y pinturero,
nunca estuvo tan lejos del cielo.
La tarde sobre él echó un velo,
cubriendo al clavel aventurero.
¡Pobre clavel! Rojo galán arrogante
que murió por fatuo e ignorante.
No supo entender que una caña
era el motivo de su desplante,
sostén de su aureola de amante,
dueña y señora de su guadaña.
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