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Julio Serrano Castillejos


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El paso de Julio Serrano Castro por la Universidad



En mi artículo anterior y con motivo de los cien años del nacimiento de Julio Serrano Castro presenté una breve semblanza de este célebre tuxtleco, al que aún no se la hace justicia, digamos por caso, poniéndole su nombre a una pequeña escuela o la calle más apartada de su lugar de nacimiento, no obstante haberle dado lustre al estado de Chiapas con diversas acciones de su vida, entre las cuales destaca su propuesta para que la más alta presea de la Cámara de Senadores otorgada a los mexicanos más ilustres, llevase el nombre del senador mártir, el doctor Belisario Domínguez.

Si mi padre supiese que soy el autor del párrafo que antecede diría: -“Repruebo acremente que un hijo mío reclame honores para mi modesta persona, aún estando yo muerto”. De ese tamaño era el tuxtleco que este 12 de abril cumplió cien años de haber arribado al mundo.

Cuando mi homenajeado se fue a la ciudad de México lleno de ilusiones para estudiar la carrera de abogado, dejaba a un padre y a una madre a los que quiso entrañablemente, pero nunca supuso que el destino le tenía reservada una desagradable sorpresa, pues al avanzarle a mi abuelo el mal denominado de vista cansada como no había ópticas en Tuxtla le fue necesario viajar hacia la capital del país para graduarse unos nuevos anteojos. Además, la aventura se antojaba indispensable para visitar a sus dos hijos Julio y Emilio, estudiantes de la Escuela de Jurisprudencia de la Universidad Nacional de México.

Pero don Federico, acostumbrado al cálido clima de Tuxtla contrajo una bronquitis en el Distrito Federal que al no ser atendida oportunamente le degeneró en neumonía. El médico inglés Alejandro Fleming aún no había descubierto la penicilina y ese tipo de enfermedades en un hombre de 58 años eran de difícil control, sucumbiendo mi abuelo a la crisis un 23 de mayo de 1927.

Las acostumbradas mesadas provenientes de los ingresos del padre dejaron de llegarles a los hermanos Serrano Castro. A mi homenajeado se le planteó por sobre la pena moral de su orfandad una situación dostoievskiana pues ¿cómo pedirle asistencia económica a una madre recién viuda y sin ingresos? Julio y su hermano Emilio escribían cartas a su madre hablando de acomodados empleos, del todo inexistentes, por lo que doña Gabriela haciendo enormes esfuerzos les remitía mensualmente 30 pesos “para sus caprichos”, mismos que los hermanos utilizaban para pagar el alquiler de su habitación de la Casa del Estudiante.

Pero no crea el lector que esta situación de penuria económica era privativa de los dos estudiantes chiapanecos. El movimiento social por el cual atravesaba México colocaba a muchas familias en situación desventajosa. Cuentan que el alumno de jurisprudencia originario de Veracruz de nombre Miguel Alemán Valdés al quedar sin padre, pues al general Miguel Alemán lo fusilaron, se las veía negras para subsistir, dándose el caso de que un condiscípulo de origen chiapaneco de nombre Andrés Serra Rojas, a la postre célebre como sabio del Derecho Administrativo, lo llevase en muchas ocasiones al hogar familiar para subsanarle sus obligados ayunos, máxime que Miguelito de tan flaco que era recibió el apodo de “El Pajarito, con cierto toque peyorativo y en alusión a su extrema delgadez. Lógicamente, al encumbrase en el medio político el abogado Alemán, el sobrenombre desapareció como por arte de magia.

Las más de las veces Julio y su hermano Emilio se iban a sus cátedras matinales con el estómago totalmente vacío. Esto lo supo una prima hermana de ellos residente de la ciudad de México y ya casada, de nombre Manuela Serrano Esponda, quién les regaló un sartén de fierro y una parrilla eléctrica. El par de hermanos compraban en el mercado dos bolillos, dos centavos de manteca de puerco, un centavo de sal, una cebolla, media cabeza de ajo y algo de chile. Los bolillos previamente untados de manteca y aderezados con el ajo los ponían a dorarse en la parrilla y luego con agua, la sal y la cebolla se preparaban una sopa, agregando trozos de bolillos a aquel caldo, que a decir de ellos mimos estaba de chuparse los dedos.

Mi padre hizo muy buenos amigos en la escuela de leyes. Inclusive a muchos de ellos los conocí. Recuerdo a Alejandro Gómez Arias, el príncipe de la palabra; a Ángel Carvajal, quien llegase a ser Secretario de Gobernación; a Antonio Carrillo Flores, a quien mi padre trajo a Chiapas para presentarle a Fany Gamboa, con la que contrajo nupcias cuando no soñaba con ocupar la Secretaría de Hacienda del Gobierno Federal; a Juanito Valenzuela, descubridor de la Tumba Número Siete; a Juan C. Gorráez, gobernador de Querétaro; a Alberto Trueba Urbina, gobernador de Campeche; a Horacio Terán, gobernador de Tamaulipas; a Oscar Flores Sánchez, Procurador General de la República y compañero de mi progenitor en el Senado de la República; a Ernesto P. Uruchurtu, conocido como el Regente de Hierro por acabar con el desorden urbano de la capital del país, así, podría nombrar a cincuenta celebridades más pero el espacio se me agotaría.

Me contaba don Julio que con cincuenta centavos en la bolsa se sentía un hombre feliz, pues se iba a un restaurante de chinos y por esa cantidad le daban una comida corrida consistente en sopa aguada, arroz, un guisado, frijoles de la olla, postre y café. Cuando no había dinero para ese “banquete” caminaba del barrio estudiantil a la Colonia Roma y en la casa de su hermano el ingeniero José Segundo comía de gratis, debiendo regresar a “golpe de calcetín” para preparar las clases del día siguiente en las bibliotecas públicas, en donde con diccionario en mano traducía del francés al español los textos de Derecho Civil y los de Derecho Penal, del italiano al español, pues no existían libros en nuestro idioma de las principales materias jurídicas.

Mi recordado padre siempre hizo gala de ser producto de la cultura del esfuerzo, al igual que el célebre mexicano asesinado absurdamente en Lomas Taurinas. Un día me mostró el traje negro con el cual realizó casi toda su carrera de abogado, pues la pobreza no iba de la mano con el mal vestir, como sucede en la actualidad. En aquellos días no ir a la Escuela de Jurisprudencia de riguroso traje y corbata era un pecado de lesa personalidad. El citado traje tenía en las solapas manchas de tinta china negra para disimular las entretelas y las valencianas estaban luidas.

Don Julio coronó su participación de universitario como decidido y valioso actor para lograr la autonomía en el año de 1929. (Continuará)



Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 12-04-2007
Última modificación: 12-04-2007


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