Si nos unimos todos, no nos uniremos más, pero romperemos el velo de la juguetona y creativa ilusión.
Así decía el mago Yancunjulí a sus discípulos que se sentaban a la orilla del río Nasacut cerca de la cordillera de Ot.
Estaban dispuestos en una circunferencia él y los demás, pero todos aprendían y tenían derecho al sagrado verbo.
Yo los he reunido, -decía el mago de ropas blancas- para que estemos juntos, aquí cerca del cosmos uno y a la orilla del río Nasacut y bajo nuestros montes de Ot.
Reflejen su rostro en las limpias aguas cristalinas, ahí donde todo puede ser reflejado. A donde se refleja el centro mismo de la creación.
Al chasquear de los dedos, todos se reflejaron para ver y no pudieron ver ni una pizca de su humana figura. Todos ardían de ilusión y no encontraron ningún etéreo reflejo. Entonces el mago hizo que se despojaran todos de su sombra y solo así pudieron verse reflejados en la vertiente numinosa del tiempo pasajero e irreverente.
Si somos uno, somos todos uno; si yo te veo, me veo a mi mismo reflejado en el espejo del destino y en la pluma de la justicia. -Repitió suavemente.
Si Yo, tú, y él somos los mismos, entonces nosotros somos todos los mismos.
Yo soy Yo y él y nosotros, por eso todos somos todos y todos somos uno.
Y con una lágrima de dicha el gran Yacunjulí desapareció bajo la sombra del fértil vientre del universo.
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