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Ahí estaba Juan, como cada noche frente al espejo, terminando de anudar su corbata y de acicalar su pelo, para volver al mundo que le hacía evadirse de su trabajo, de sus problemas, donde era alguien especial, porque la suerte le sonreía, le esperaba el casino, rodearse de mujeres bellas y de su maravilloso público.
Cuando llego allí, fue entrar por la puerta y todos le saludaron era muy conocido y allí estaba la mesa con su hueco y la ruleta de la fortuna. Se situó en su sitio y las bellezas le roderon gritaban su nombre, hombres y mujeres, puso sobre la mesa todo lo que llevaba y eso que tenía un mal presentimiento, avisándole que se fuera, pero aún así él no se detuvo tenía que complacer a sus admiradores a los que él creía sus amigos.
23 su número de la suerte y rojo su color preferido sin pensarlo dos veces dijo –todo al 23 rojo, la mano de su suerte giró la ruleta, gritos de ánimo le envolvían, de repente un silencio y sus ojos desorbitados no podían creer lo que estaba sucediendo un ooohhhh estremecedor y al volver a la realidad ahí estaba el 16 negro.
Cuando Juan quiso darse cuenta y miró hacia atrás estaba sólo, su público se había ido, las hermosas mujeres estaban en otras mesas, había perdido, se lamentaba diciendo –cómo he podido, que ingenuo he sido jugándomelo todo.
Pasó su viejo amigo de batalla, Pablo, al que le pidió un préstamo y sin ni siquiera mirarle siguió su camino, nadie le miraba, ya nadie le saludaba, tan sólo era Juan el perdedor.
Aquella noche Juan no sólo perdió su dinero, perdió también su dignidad. Si Juan esa noche ganó algo es la verdad, y esa verdad cruel es que el dinero no te da toda la felicidad
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